lunes, 13 de julio de 2015

REFLEXIÓN BÍBLICA

 CINCO MUJERES RECLAMAN SUS DERECHOS
Las historias de vida de muchas mujeres latinoamericanas se parecen a esas historias que nos cuenta la biblia. Más de 2000 años, un océano y otras tantas cosas nos separan de aquellas mujeres, pero lamentablemente hay cosas que no han cambiado en sustancia. Muchas mujeres hoy siguen siendo in-visibilizadas y empobrecidas por un sistema de producción capitalista y patriarcal que genera desigualdad y por consecuencia el pecado de la injusticia

La historia que compartiré seguidamente fue presentada por la pastora y teóloga Mercedes García Bachman en el marco de la Consulta Regional Río de la Plata y nos muestra que la resistencia y el no callar de las mujeres han permitido soportar situaciones difíciles, propias de una época donde como mujeres no tenían ni derecho a la auto-sustentabilidad.

"Voy a concentrarme en la historia de una familia bíblica, la de Selofjad. Quizás la conozcan, pero realmente no está entre las más tratadas en los estudios bíblicos, menos aun en los estudios más académicos y, hasta donde sé, tampoco aparece en nuestros leccionarios. ¿Será porque es “una historia de mujeres”? Permítanme leerles rápido su historia [Núm 27:1-11]

Entonces se acercaron las hijas de Selofjad, hijo de Jéfer, hijo de Galaad, hijo de Maquir, hijo de Manasés. Selofjad había pertenecido a los clanes de Manasés, hijo de José, y sus hijas se llamaban Majlá, Noá, Joglá, Milcá y Tirsá. Ellas se presentaron delante de Moisés, del sacerdote Eleazar, de los jefes y de toda la comunidad, a la entrada de la Carpa del Encuentro, y les dijeron: “Nuestro padre murió en el desierto. Él no formó parte del grupo que se amotinó contra el Señor –el grupo de Coré– sino que murió por su propio pecado y no tuvo ningún hijo varón. ¿Por qué el nombre de nuestro padre tendrá que desaparecer de su clan? ¿Por el simple hecho de no haber tenido un hijo varón? Danos entonces una propiedad entre los hermanos de nuestro padre”. Moisés expuso el caso al Señor, y el Señor le respondió: “Las hijas de Selofjad tienen razón. Asígnales una propiedad hereditaria entre los hermanos de su padre y transfiéreles la herencia de su padre. Di además a los israelitas: Si un hombre muere sin tener un hijo varón, ustedes harán que su herencia pase a su hija; y si no tiene hija, se la dará a sus hermanos. Si tampoco tiene hermanos, entregarán la herencia a los hermanos de su padre; y si su padre no tiene hermanos, se la darán a su pariente más cercano entre los miembros de su familia, y este tomará posesión de ella”. Esta es una prescripción legal para los israelitas, como el Señor lo ordenó a Moisés.

Lo primero que podríamos preguntarnos es si esta es la historia de Selofjad o de sus hijas, pero en realidad sería una pregunta ociosa, porque el padre vivirá en su descendencia y las hijas tendrán tierra en nombre de su padre; más precisamente, para que el nombre de su padre no se pierda de entre los hijos de Manasés, su tribu.
El contexto inmediato de esta historia es el censo ordenado por Yavé a Moisés y Eleazar para establecer el número de varones adultos aptos (para formar una familia y para la guerra, de 20 años para arriba). “El número de miembros varones de una tribu es la condición para la recepción de la tierra que le corresponderá en Canaán”.[1] Por lo tanto, si no hay varón de 20 años o mayor apto para la guerra y la casa, no hay tierra. Alrededor de estos requisitos, llaman la atención varios elementos en esta historia, que aquí voy a enumerar.
Un 1º dato llamativo es que las cinco mujeres sean nombradas, cuando en general no es esta la práctica; a pesar de que no recordemos sus nombres, este es un dato importante para la narración. Es más, hay dos textos que continúan su historia y allí vuelven a ser nombradas las cinco. El derecho a un nombre propio y a un apellido no es poca cosa, aunque lo demos por supuesto.
Otro elemento importante es el grado de organización o planificación que demuestra su petición, que podría parecernos pequeña, pero no lo es. No sabemos mucho sobre Majlá, Noá, Joglá, Milcá y Tirsá, pero podemos imaginarnos algunas cosas. Primero, el hecho de ser todas solteras indica que muy posiblemente eran adolescentes, puesto que la práctica era casarlas alrededor de los 12-13 años. No sabemos nada de su madre, si aun vivía o no, ni quién era. Sabemos que no tenían hermanos pero sí primos (estos aparecen en la siguiente historia).
Si bien podríamos suponer que haber quedado huérfanas podría haber retrasado todos los planes familiares de casamiento, es difícil pensar que ningún tío o primo hubiera asegurado el futuro al menos de alguna de estas chicas comprometiéndola o casándola. Se suele suponer que los hermanos se hacían cargo de sus madres y hermanas solteras al no tener éstas tierra propia ni del marido; cinco mujeres solas hubieran sido una carga para la familia o la comunidad, que no hubiesen podido



[1] Notado por mi colega y amiga Wilma Rommel.

ignorar aun si las hubieran relegado a la pobreza; siempre era más ventajoso casarlas. De modo que es altamente probable que estuvieran entre la niñez y el fin de la adolescencia. Y sin embargo, se organizan para peticionar a las autoridades máximas algo tan importante como tierra y se presentan juntas. Quizás no todas estuvieran de acuerdo; quizá alguna tenía miedo o era más tímida; pero el hecho es que se presentan unánimes.
La manera en que hacen su presentación, que es solicitar el derecho básico de la memoria del padre entre sus familiares de Manasés puede resultarnos llamativa, pero en realidad es lógica. En un tiempo y una cultura que no creía en la resurrección, la memoria de los antepasados era fundamental. Y en Israel estaba ligada a la descendencia masculina, que a su vez estaba ligada a la posesión (en nuestra historia, todavía promesa, no realizada) de una heredad, de una parcela de tierra dentro del clan y de la tribu. “Si bien nuestro padre murió en el desierto —alegan Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá, hijas de Selofjad— no murió entre aquellos que, siguiendo la rebelión de Coré, fueron castigados con la erradicación de su nombre de entre los israelitas. Por lo tanto, para que su nombre no se pierda, siendo que no hay hijos que reciban tal heredad, pedimos ser nosotras quienes hagamos posible tal memoria.” Un rabino emérito ya en 1997 comienza su artículo diciendo que “Se puede argumentar que las hijas de Selofjad fueron las primeras feministas en Israel”, un argumento interesante de por sí.[1] Sin embargo, la verdad es que las hijas ni plantean una cuestión de igualdad de derechos entre hijos e hijas ni mucho menos, entre prole nacida dentro y fuera de un matrimonio. Es más: hay cinco “hijo de” antes de que aparezcan sus nombres. Sin embargo, al mismo tiempo nos dan elementos para considerar su acción lo suficientemente fuera de serie como para haber quedado registrada en la Biblia 3 veces.
También es cierto que aunque lo plantean como un derecho para el padre fallecido (igual que haría Tamar la nuera de Judá o cualquier otro caso de levirato), está en juego su propia supervivencia en una sociedad patriarcal, patrilineal y en general virilocal. Y este es otro tema importante aun hoy, el derecho a tierra o a otra fuente de sustento digno, no a la mendicidad, a un plan social o a cualquier forma de sustento indigna. Las hijas probablemente sabían que, si planteaban su petición a partir de su propia necesidad socio-económica y no de la tradición patriarcal, recibirían un paternalista “nosotros las vamos a cuidar, no se preocupen”, que no les permitiría asegurarse un futuro.
Otro punto importante en nuestra historia es que las hijas acuden a toda la comunidad, plantean por las vías legales correspondientes su petición. Este punto no es tan importante en otras historias bíblicas, pues no siempre la autoridad establecida escucha el derecho y a veces (como Tamar con Judá, Rut con Boaz, Rahab con los espías, la viuda importuna con el juez) hay que acudir a una triquiñuela para lograr lo que la justicia niega.
Un último elemento que deseo destacar antes de pasar al siguiente texto es cómo su petición sienta precedente. Como según la costumbre establecida en Ex 18 cualquier cuestión jurídica debía plantearse a los jueces cercanos al pueblo, quienes a su vez llevarían las que no pudieran resolver a instancias superiores hasta Moisés, tenemos aquí un caso que llegó a la Corte Suprema. Y es que lo que Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá están planteando es que Yavé se olvidó de legislar para las hijas. Lo que ellas traen es un caso sin jurisprudencia y por lo tanto, finalmente, Moisés tiene que planteárselo a Yavé y Yavé reconoce que las hijas tienen razón. A mí me parece, entre paréntesis, que una de las características más interesantes de nuestro Dios es su capacidad de reconocer una falla y enmendarla, en lugar de aferrarse a su condición divina y negarnos cualquier apelación. Las cinco muchachas huérfanas de la familia de Selofjad, de la tribu de Manasés, están diciendo: “no contemplaron en la legislación nuestra situación”. El derecho a apelar judicialmente y el derecho a leyes más justas para los sectores más débiles de la sociedad también son importantes. 


Pero la historia continúa pues, como suele pasar con los logros sobre los derechos
conseguidos, el revés llega por la puerta trasera. [Núm 36:1-13]

[1] Josiah Derby, “The Daughters of Zelophehad Revisited”, JBQ  25.3 (1997): 169-171 (169).

Los jefes de familia del clan de los descendientes de Galaad –hijo de Maquir, hijo de Manasés, uno de los clanes de los descendientes de José– se presentaron delante de Moisés y de los principales jefes de familia de Israel y les dijeron: El Señor mandó a Moisés que repartiera el país entre los israelitas mediante un sorteo, y Moisés también recibió del Señor la orden de entregar a sus hijas la herencia de nuestro hermano Selofjad. Ahora bien, si ellas se casan con un miembro de otra tribu de Israel, su parte será sustraída de la herencia de nuestros padres y se sumará a la herencia de la tribu a la que van a pertenecer. De esa manera, disminuirá la herencia que nos ha tocado en suerte. Y cuando los israelitas celebren el año del jubileo, la herencia de ellas se sumará a la de la otra tribu y será sustraída del patrimonio de nuestra tribu.
Entonces Moisés, por orden del Señor, dio estas instrucciones a los israelitas:
La tribu de los descendientes de José tiene razón. Esto es lo que el Señor ha ordenado respecto de las hijas de Selofjad: Ellas pueden casarse con quien les parezca mejor, con tal que lo hagan dentro de un clan perteneciente a la tribu de su padre. La parte hereditaria de los israelitas no pasará de una tribu a otra, sino que cada israelita deberá retener la herencia de su tribu paterna. Por lo tanto, toda joven que posea una herencia en alguna tribu de los israelitas, se casará dentro de un clan de su tribu paterna, de manera que los israelitas conserven cada uno la herencia de sus padres. Así, ninguna herencia pasará de una tribu a otra, sino que cada una de las tribus de los israelitas retendrá su parte.
Las hijas de Selofjad procedieron como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá, hijas de Selofjad, se casaron con hijos de sus tíos paternos. Y como lo hicieron dentro de los clanes de los descendientes de Manasés, la herencia de ellas quedó en la tribu del clan de su padre.
Estos son los mandamientos y las leyes que el Señor dio a los israelitas por medio de Moisés, en las estepas de Moab, junto al Jordán, a la altura de Jericó.

Mientras que las hijas de Selofjad, Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá presentaron su caso frente a toda la asamblea, los ancianos, el sacerdote Eleazar y Moisés, los jefes de las familias del clan de Manasés presentan su caso solamente delante de Moisés y de los principales jefes de familia de Israel. En realidad, hacen lobby! Porque lo que presentan es un caso supuesto (que las hijas se casen con varones de otras tribus) que en realidad no tiene mucho asidero por varias razones: primera, que las mismas historias bíblicas (particularmente en Jueces y después en Samuel) muestran que aun un varón israelita que vivía fuera de su clan era considerado ger, un término que también se aplica a los extranjeros; por lo tanto, el casamiento o el asentamiento intertribal no era común.[1] La mayoría se casaba dentro de su grupo más inmediato, siempre que no incurriera en incesto. Segundo, la tierra no se la iban a llevar los descendientes o el esposo a otra tribu, de modo que ¿cuál era el temor? Tampoco se habla de impuestos posibles. Finalmente, estos varones tampoco aportan (a diferencia de las hijas) una solución a un problema importante. Lo que aportan es miedo a que el sistema patriarcal no funcione tan aceitadamente como hasta entonces. Y los notables de la comunidad (varones ellos) reaccionan como era de esperar: legislan restringiendo su libertad. Si bien Moisés presenta esta nueva legislación como palabra de Yavé, no consta que hubiera consultado y menos aun que Yavé dijese “esos varones tienen razón” (de nuevo, a diferencia de lo que había pasado con la petición de las hijas). Este dato coincide con la constatación de que tampoco se dice que Eleazar el sacerdote estuviera presente.
La historia culmina con la noticia de que las hijas de Selofjad Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá se casaron con sus primos, de modo que la herencia de ellas quedó en la tribu del clan de su padre. Las hijas no parecen haber tenido problemas con esta restricción. Y tampoco quedaron registrados los nombres de sus esposos.
Estas anormalidades textuales despertaron el interés de los antiguos rabinos por encontrarle explicación. En general hay gran admiración por estas cinco mujeres fuera de lo común.[2] Por ejemplo, un dicho rabínico dice que “Eran virtuosas, puesto que se casaron solamente con hombres dignos de ellas”. Además, también les atribuyen sabiduría y habilidad para interpretar las Escrituras.[3]
Para finalizar, un tercer texto, Josué 17:3-6, constata que para lograr la aplicación de la legislación las hijas tuvieron que volver a reclamar, esta vez ante Eleazar  el sacerdote, Josué hijo de Nun y ante los jefes (v. 4).
Aquí termina su historia registrada, la historia de muchachas jovencitas, sin varones que las apadrinaran, sin madre presente y huérfanas de padre, sin tierra propia excepto después de muchas luchas. En su caso, a diferencia de muchos otros casos antiguos y actuales, lograron la seguridad de una tierra, de una comunidad que concedió su derecho aunque después lo limitó, y de las respectivas familias que formaron con sus parientes más cercanos, sus primos paternos."….  Como dicen en las tiras de ficción: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.


[1] Véase por ej. el levita “que vivía como forastero en Efraím” con su concubina que pasan la noche en Guibeá, donde los recibe un “hombre de la montaña de Efraím y residía en Guibeá como forastero, porque la gente del lugar era benjaminita” (Jue 19:16).
[2] Algunos rabinos interpretaron que solamente se aplicó a la generación del desierto, no a las posteriores; otros que, al contrario, se aplicó a las generaciones siguientes pero se exceptuó a las hijas de Selofjad. Otros consideraron que la protesta de los jefes de los clanes no estaba dirigida a la cuestión en sí, sino que era Dios quien otorgaría la tierra por sorteo y no era Moisés quien debía darla. En fin, tampoco hay otra evidencia de que se haya cumplido con esta ley alguna vez.
[3] Yael Shemesh, “A Gender Perspective on the Daughters of Zelophehad: Bible, Talmudic Midrash, and Modern Feminist Midrash”, Biblical Interpretation 15 (2007) 80-109.



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