CINCO
MUJERES RECLAMAN SUS DERECHOS
Las historias de vida de muchas mujeres
latinoamericanas se parecen a esas historias que nos cuenta la biblia. Más de
2000 años, un océano y otras tantas cosas nos separan de aquellas mujeres, pero
lamentablemente hay cosas que no han cambiado en sustancia. Muchas mujeres hoy
siguen siendo in-visibilizadas y empobrecidas por un sistema de producción
capitalista y patriarcal que genera desigualdad
y por consecuencia el pecado de la injusticia.
La historia que
compartiré seguidamente fue presentada por la pastora y teóloga Mercedes García Bachman en el marco de la Consulta Regional Río de la Plata y nos muestra que la resistencia y el no callar de las
mujeres han permitido soportar situaciones difíciles, propias de una época
donde como mujeres no tenían ni derecho a la auto-sustentabilidad.
"Voy a concentrarme en la historia de una familia
bíblica, la de Selofjad. Quizás la conozcan, pero realmente no está entre las
más tratadas en los estudios bíblicos, menos aun en los estudios más académicos
y, hasta donde sé, tampoco aparece en nuestros leccionarios. ¿Será porque es
“una historia de mujeres”? Permítanme leerles rápido su historia [Núm 27:1-11]
Entonces se acercaron las hijas de Selofjad, hijo de
Jéfer, hijo de Galaad, hijo de Maquir, hijo de Manasés. Selofjad había
pertenecido a los clanes de Manasés, hijo de José, y sus hijas se llamaban
Majlá, Noá, Joglá, Milcá y Tirsá. Ellas se presentaron delante de Moisés, del
sacerdote Eleazar, de los jefes y de toda la comunidad, a la entrada de la
Carpa del Encuentro, y les dijeron: “Nuestro padre murió en el desierto. Él no
formó parte del grupo que se amotinó contra el Señor –el grupo de Coré– sino
que murió por su propio pecado y no tuvo ningún hijo varón. ¿Por qué el nombre
de nuestro padre tendrá que desaparecer de su clan? ¿Por el simple hecho de no
haber tenido un hijo varón? Danos entonces una propiedad entre los hermanos de
nuestro padre”. Moisés expuso el caso al Señor, y el Señor le respondió: “Las
hijas de Selofjad tienen razón. Asígnales una propiedad hereditaria entre los
hermanos de su padre y transfiéreles la herencia de su padre. Di además a los israelitas:
Si un hombre muere sin tener un hijo varón, ustedes harán que su herencia pase
a su hija; y si no tiene hija, se la dará a sus hermanos. Si tampoco tiene
hermanos, entregarán la herencia a los hermanos de su padre; y si su padre no
tiene hermanos, se la darán a su pariente más cercano entre los miembros de su
familia, y este tomará posesión de ella”. Esta es una prescripción legal para
los israelitas, como el Señor lo ordenó a Moisés.
Lo primero que
podríamos preguntarnos es si esta es la historia de Selofjad o de sus hijas,
pero en realidad sería una pregunta ociosa, porque el padre vivirá en su
descendencia y las hijas tendrán tierra en nombre de su padre; más
precisamente, para que el nombre de su padre no se pierda de entre los hijos de
Manasés, su tribu.
El contexto inmediato de esta
historia es el censo ordenado por Yavé a Moisés y Eleazar para establecer el
número de varones adultos aptos (para formar una familia y para la guerra, de
20 años para arriba). “El número de miembros varones de
una tribu es la condición para la recepción de la tierra que le corresponderá
en Canaán”.[1]
Por lo tanto, si no hay varón de 20 años o mayor apto para la guerra y la casa,
no hay tierra. Alrededor de estos requisitos, llaman la atención varios elementos en esta historia,
que aquí voy a enumerar.
Un 1º dato
llamativo es que las cinco mujeres sean nombradas, cuando en general no es esta
la práctica; a pesar de que no recordemos sus nombres, este es un dato
importante para la narración. Es más, hay dos textos que continúan su historia
y allí vuelven a ser nombradas las cinco. El derecho a un nombre propio y a un
apellido no es poca cosa, aunque lo demos por supuesto.
Otro elemento
importante es el grado de organización o planificación que demuestra su
petición, que podría parecernos pequeña, pero no lo es. No sabemos mucho sobre
Majlá, Noá, Joglá, Milcá y Tirsá, pero podemos imaginarnos algunas cosas.
Primero, el hecho de ser todas solteras indica que muy posiblemente eran
adolescentes, puesto que la práctica era casarlas alrededor de los 12-13 años.
No sabemos nada de su madre, si aun vivía o no, ni quién era. Sabemos que no
tenían hermanos pero sí primos (estos aparecen en la siguiente historia).
Si
bien podríamos suponer que haber quedado huérfanas podría haber retrasado todos
los planes familiares de casamiento, es difícil pensar que ningún tío o primo
hubiera asegurado el futuro al menos de alguna de estas chicas comprometiéndola
o casándola. Se suele suponer que los hermanos se hacían cargo de sus madres y hermanas
solteras al no tener éstas tierra propia ni del marido; cinco mujeres solas
hubieran sido una carga para la familia o la comunidad, que no hubiesen podido
ignorar aun si
las hubieran relegado a la pobreza; siempre era más ventajoso casarlas. De modo
que es altamente probable que estuvieran entre la niñez y el fin de la
adolescencia. Y sin embargo, se organizan para peticionar a las autoridades
máximas algo tan importante como tierra y se presentan juntas. Quizás no todas
estuvieran de acuerdo; quizá alguna tenía miedo o era más tímida; pero el hecho
es que se presentan unánimes.
La manera en que
hacen su presentación, que es solicitar el derecho básico de la memoria del
padre entre sus familiares de Manasés puede resultarnos llamativa, pero en
realidad es lógica. En un tiempo y una cultura que no creía en la resurrección,
la memoria de los antepasados era fundamental. Y en Israel estaba ligada a la
descendencia masculina, que a su vez estaba ligada a la posesión (en nuestra
historia, todavía promesa, no realizada) de una heredad, de una parcela de
tierra dentro del clan y de la tribu. “Si bien nuestro padre murió en el
desierto —alegan Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá, hijas de Selofjad— no murió
entre aquellos que, siguiendo la rebelión de Coré, fueron castigados con la
erradicación de su nombre de entre los israelitas. Por lo tanto, para que su
nombre no se pierda, siendo que no hay hijos que reciban tal heredad, pedimos
ser nosotras quienes hagamos posible tal memoria.” Un rabino emérito ya en 1997
comienza su artículo diciendo que “Se puede argumentar que las hijas de
Selofjad fueron las primeras feministas en Israel”, un argumento interesante de
por sí.[1] Sin
embargo, la verdad es que las hijas ni plantean una cuestión de igualdad de
derechos entre hijos e hijas ni mucho menos, entre prole nacida dentro y fuera
de un matrimonio. Es más: hay cinco “hijo de” antes de que aparezcan sus
nombres. Sin embargo, al mismo tiempo nos dan elementos para considerar su
acción lo suficientemente fuera de serie como para haber quedado registrada en
la Biblia 3 veces.
También es
cierto que aunque lo plantean como un derecho para el padre fallecido (igual
que haría Tamar la nuera de Judá o cualquier otro caso de levirato), está en
juego su propia supervivencia en una sociedad patriarcal, patrilineal y en
general virilocal. Y este es otro tema importante aun hoy, el derecho a tierra
o a otra fuente de sustento digno, no a la mendicidad, a un plan social o a
cualquier forma de sustento indigna. Las hijas probablemente sabían que, si
planteaban su petición a partir de su propia necesidad socio-económica y no de
la tradición patriarcal, recibirían un paternalista “nosotros las vamos a
cuidar, no se preocupen”, que no les permitiría asegurarse un futuro.
Otro punto
importante en nuestra historia es que las hijas acuden a toda la comunidad,
plantean por las vías legales correspondientes su petición. Este punto no es
tan importante en otras historias bíblicas, pues no siempre la autoridad
establecida escucha el derecho y a veces (como Tamar con Judá, Rut con Boaz,
Rahab con los espías, la viuda importuna con el juez) hay que acudir a una
triquiñuela para lograr lo que la justicia niega.
Un último
elemento que deseo destacar antes de pasar al siguiente texto es cómo su
petición sienta precedente. Como según la costumbre establecida en Ex 18
cualquier cuestión jurídica debía plantearse a los jueces cercanos al pueblo,
quienes a su vez llevarían las que no pudieran resolver a instancias superiores
hasta Moisés, tenemos aquí un caso que llegó a la Corte Suprema. Y es que lo
que Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá están planteando es que Yavé se olvidó de
legislar para las hijas. Lo que ellas traen es un caso sin jurisprudencia y por
lo tanto, finalmente, Moisés tiene que planteárselo a Yavé y Yavé reconoce que
las hijas tienen razón. A mí me parece, entre paréntesis, que una de las
características más interesantes de nuestro Dios es su capacidad de reconocer
una falla y enmendarla, en lugar de aferrarse a su condición divina y negarnos
cualquier apelación. Las cinco muchachas huérfanas de la familia de Selofjad,
de la tribu de Manasés, están diciendo: “no contemplaron en la legislación
nuestra situación”. El derecho a apelar judicialmente y el derecho a leyes más
justas para los sectores más débiles de la sociedad también son importantes.
Pero
la historia continúa pues, como suele pasar con los logros sobre los derechos
conseguidos, el revés llega por la puerta trasera. [Núm
36:1-13]
Los jefes de familia del clan de los descendientes de
Galaad –hijo de Maquir, hijo de Manasés, uno de los clanes de los descendientes
de José– se presentaron delante de Moisés y de los principales jefes de familia
de Israel y les dijeron: El Señor mandó a Moisés que repartiera el país entre
los israelitas mediante un sorteo, y Moisés también recibió del Señor la orden
de entregar a sus hijas la herencia de nuestro hermano Selofjad. Ahora bien, si
ellas se casan con un miembro de otra tribu de Israel, su parte será sustraída
de la herencia de nuestros padres y se sumará a la herencia de la tribu a la
que van a pertenecer. De esa manera, disminuirá la herencia que nos ha tocado
en suerte. Y cuando los israelitas celebren el año del jubileo, la herencia de
ellas se sumará a la de la otra tribu y será sustraída del patrimonio de
nuestra tribu.
Entonces Moisés, por orden del Señor, dio estas instrucciones
a los israelitas:
La tribu de los descendientes de José tiene razón.
Esto es lo que el Señor ha ordenado respecto de las hijas de Selofjad: Ellas
pueden casarse con quien les parezca mejor, con tal que lo hagan dentro de un
clan perteneciente a la tribu de su padre. La parte hereditaria de los
israelitas no pasará de una tribu a otra, sino que cada israelita deberá
retener la herencia de su tribu paterna. Por lo tanto, toda joven que posea una
herencia en alguna tribu de los israelitas, se casará dentro de un clan de su
tribu paterna, de manera que los israelitas conserven cada uno la herencia de
sus padres. Así, ninguna herencia pasará de una tribu a otra, sino que cada una
de las tribus de los israelitas retendrá su parte.
Las hijas de Selofjad procedieron como el Señor se lo
había ordenado a Moisés. Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá, hijas de Selofjad,
se casaron con hijos de sus tíos paternos. Y como lo hicieron dentro de los
clanes de los descendientes de Manasés, la herencia de ellas quedó en la tribu
del clan de su padre.
Estos son los mandamientos y las leyes que el Señor
dio a los israelitas por medio de Moisés, en las estepas de Moab, junto al
Jordán, a la altura de Jericó.
Mientras que las hijas
de Selofjad, Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá presentaron su caso frente a toda
la asamblea, los ancianos, el sacerdote Eleazar y Moisés, los jefes de las
familias del clan de Manasés presentan su caso solamente delante de Moisés y de
los principales jefes de familia de Israel. En realidad, hacen lobby!
Porque lo que presentan es un caso supuesto (que las hijas se casen con varones
de otras tribus) que en realidad no tiene mucho asidero por varias razones:
primera, que las mismas historias bíblicas (particularmente en Jueces y después
en Samuel) muestran que aun un varón israelita que vivía fuera de su clan era
considerado ger, un término que también se aplica a los extranjeros; por
lo tanto, el casamiento o el asentamiento intertribal no era común.[1]
La mayoría se casaba dentro de su grupo más inmediato, siempre que no
incurriera en incesto. Segundo, la tierra no se la iban a llevar los
descendientes o el esposo a otra tribu, de modo que ¿cuál era el temor? Tampoco
se habla de impuestos posibles. Finalmente, estos varones tampoco aportan (a diferencia
de las hijas) una solución a un problema importante. Lo que aportan es miedo a
que el sistema patriarcal no funcione tan aceitadamente como hasta entonces. Y
los notables de la comunidad (varones ellos) reaccionan como era de esperar:
legislan restringiendo su libertad. Si bien Moisés presenta esta nueva
legislación como palabra de Yavé, no consta que hubiera consultado y menos aun
que Yavé dijese “esos varones tienen razón” (de nuevo, a diferencia de lo que
había pasado con la petición de las hijas). Este dato coincide con la
constatación de que tampoco se dice que Eleazar el sacerdote estuviera
presente.
La historia culmina
con la noticia de que las hijas de Selofjad Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá se
casaron con sus primos, de modo que la herencia de ellas quedó en la
tribu del clan de su padre. Las hijas no parecen haber tenido problemas con
esta restricción. Y tampoco quedaron registrados los nombres de sus esposos.
Estas anormalidades
textuales despertaron el interés de los antiguos rabinos por encontrarle
explicación. En general hay gran admiración por estas cinco mujeres fuera de lo
común.[2]
Por ejemplo, un dicho rabínico dice que “Eran virtuosas, puesto que se casaron
solamente con hombres dignos de ellas”. Además, también les atribuyen sabiduría
y habilidad para interpretar las Escrituras.[3]
Para finalizar, un
tercer texto, Josué 17:3-6, constata que para lograr la aplicación de la
legislación las hijas tuvieron que volver a reclamar, esta vez ante
Eleazar el sacerdote, Josué hijo de Nun y
ante los jefes (v. 4).
Aquí termina su historia registrada, la historia de muchachas
jovencitas, sin varones que las apadrinaran, sin madre presente y huérfanas de
padre, sin tierra propia excepto después de muchas luchas. En su caso, a
diferencia de muchos otros casos antiguos y actuales, lograron la seguridad de
una tierra, de una comunidad que concedió su derecho aunque después lo limitó,
y de las respectivas familias que formaron con sus parientes más cercanos, sus
primos paternos." …. Como
dicen en las tiras de ficción: “cualquier
parecido con la realidad es pura coincidencia”.
[1]
Véase por ej. el levita “que vivía como forastero en Efraím” con su concubina
que pasan la noche en Guibeá, donde los recibe un “hombre de la montaña de
Efraím y residía en Guibeá como forastero, porque la gente del lugar era
benjaminita” (Jue 19:16).
[2]
Algunos rabinos interpretaron que
solamente se aplicó a la generación del desierto, no a las posteriores; otros
que, al contrario, se aplicó a las generaciones siguientes pero se exceptuó a
las hijas de Selofjad. Otros consideraron que la protesta de los jefes de los
clanes no estaba dirigida a la cuestión en sí, sino que era Dios quien
otorgaría la tierra por sorteo y no era Moisés quien debía darla. En fin,
tampoco hay otra evidencia de que se haya cumplido con esta ley alguna vez.
[3]
Yael Shemesh, “A Gender Perspective on the Daughters of Zelophehad: Bible,
Talmudic Midrash, and Modern Feminist Midrash”, Biblical Interpretation 15 (2007) 80-109.
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