viernes, 23 de mayo de 2014

El propósito del Señor es la Paz. La Paz es un don de Dios.
Prédica realizada por Silvia Flores, el día 18 de mayo en la iglesia Casa Horeb,
de la ciudad de Guatemala

Después de escuchar estos testimonios, y los motivos de oración para cada uno de los tres países, pensemos ¿Qué es lo que estamos pidiendo para estos 3 países y para Guatemala? ¿Qué resultados esperamos? ¿Cómo es la Paz que le pedimos al Señor? Si el propósito del Señor es la Paz ¿Cómo sería idealmente un mundo de Paz o en Paz? ¿Cómo sería el mundo si el propósito del Señor se cumpliera? Y al mismo tiempo, pensemos ¿A qué nos llama el Señor con estos acontecimientos?
En los textos de base para esta reflexión, descubrimos que la Paz no se alcanza por la fuerza, ni por el poder de este mundo, la Paz viene de Dios, y el PUEBLO que busca a Dios la encuentra.
Decimos que la Paz es un don de Dios, que viene de Dios y si Él no nos la envía, inútiles son nuestros esfuerzos. Sabemos también que la Paz es una tarea nuestra, Jesús constantemente dijo a sus discípul@s “La Paz sea con ustedes” o “a donde quiera que vayan saluden llevando la Paz” esto quiere decir que ese don ya se nos ha dado. En Juan 14,27 Jesús vuelve a decir "Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se las doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo”.
Y en esta frase hay cosas importantes, Dios, a través de Jesús ya nos dio el don de SU PAZ, no cualquier paz, Jesús especifica que no es como la que dan los que son del mundo. La Paz que nos da el Señor no es posible conquistarla con guerras, con violencia o por la fuerza, no se puede imponer, no se negocia, no consiste en el equilibrio de fuerzas, no produce temor ni terror. La Paz de Dios, nos dice Isaías 32:17, es fruto de la justicia. “La justicia producirá paz, tranquilidad y confianza para siempre”. Esto significa que donde hay injusticia, donde hay estructuras injustas, no cabe la Paz de Dios.
Como Anabautistas hemos recibido la tarea de ser pacificadores, o sea, la tarea de facilitar la Paz al mundo, pero no como la entiende el mundo, sino como nos la da Dios. Esta es una tarea asignada por Dios, es una tarea divina y por lo tanto es necesario convencernos de que es una tarea posible. Porque Dios está con nosotros, Jesús dijo “No teman, yo estaré con ustedes siempre”
Nosotr@s hemos asumido esta tarea, somos gente buena, somos compasivos y misericordiosos, somos solidarios, nos amamos, tenemos fe, creemos en Jesús y tratamos de ser sus discípul@s, confesamos que Él es nuestro Señor y Salvador Entonces ¿por qué no logramos instaurar la Paz en el mundo? ni siquiera en nuestros lugares.
Cristianas y cristianos confiamos en el poder de la oración, confiamos en que el único que puede arreglar la situación es Dios, creemos que la oración todo lo soluciona y nos reunimos a orar, aunque muchas veces esperamos que Dios realice toda la tarea. Y no digo que la oración no sea necesaria, creo que es indispensable, pues es la forma de comunicarnos con el Señor; de escucharle, sobre todo si oramos en dos vías. Y nuestra oración no ha sido suficiente para instaurar la Paz.
También asumimos la tarea de invitar a más gente a las iglesias, creemos que si somos muchos agradamos a Dios, queremos lograr que se “conviertan a Cristo”, nos reunimos para adorarle en todo momento y lugar, estudiamos la Biblia, la escudriñamos, la aprendemos de memoria, ofrendamos el diezmo, sentimos que estamos cumpliendo nuestra tarea de discípulos y discípulas… Y esto no ha sido suficiente para instaurar la Paz.
Mucha gente buena, movida por su fe, dedica su tiempo y hasta su vida entera al servicio o en beneficio de otras personas necesitadas o menos afortunadas, hay pastores, sacerdotes, religiosos, maestros, comadronas, enfermeras, médicos, jóvenes comprometidos con la construcción de vivienda digna, en alfabetización, en programas de salud, etc. gente con mucha vocación, sin embargo, aunque su espíritu vive en el amor y en el servicio a los demás, aunque su trabajo produce frutos del Reino, “probaditas del Reino”, tampoco ha sido suficiente para alcanzar la Paz.
Hemos respondido al llamado de ir a donde está la gente más necesitada, como cuando el terremoto en San Marcos, o en apoyo a la resistencia de la gente en Barillas o La Puya; hemos ido a visitar a la gente que está en los hospitales, en la cárcel o a la que está en situación de calle, sentimos el llamado de Dios en cada una de esas personas o situaciones, nos movemos a llevarle víveres, ropa, compañía, consuelo, a llevarle la Palabra de Dios… Pero no ha sido suficiente. No hemos instaurado la Paz en estos lugares. Y no quiero decir que no sigamos haciéndolo, al contrario, es una exigencia en las bienaventuranzas. Pero vemos con tristeza que no hemos cambiado su situación, no solucionamos sus problemas.
En nuestra Visión y Misión como Casa Horeb está el compromiso de acercar el Reino de Dios. Los objetivos de las pastorales tienen como finalidad acercar el Reino de Dios. Y todo eso es bueno ¿Qué nos falta entonces?
¿Qué es lo que no hemos entendido del Proyecto de Dios?
Cristianas y cristianos llevamos 2000 años y no hemos logrado cambiar el mundo, es más, a veces da la impresión de que estamos peor que en el tiempo de Jesús, otras veces vemos con tristeza que quienes se dicen discípulos de Jesús son quienes obstaculizan el Propósito de Dios, son ellos quienes la obstruyen, la desvían y no permiten que haya Paz. Eso nos diría que transformar el mundo, que instaurar la justicia y la Paz en esta tierra no es posible y tal vez, humanamente no lo sea. Pensemos profunda, realista y sinceramente ¿Creemos que es posible que nosotr@s cristianos y cristianas de hoy logremos un mundo de Paz?...
Entonces ¿qué es lo que sucede? ¿Por qué no logramos avanzar? ¿Qué es lo que nos impide cumplir con esta tarea?
Jesús habló “del que manda en este mundo” es a él quien a quien responde el sistema en el que vivimos, que nos ha metido muy hondo sus principios, sus anti-valores que no nos permiten ver con los ojos de Jesús. Nos ha enceguecido, no nos permite cuestionarlo y consigue que lo aceptemos y lo justifiquemos. Hace que veamos con naturalidad el individualismo, él que haya ricos y pobres, más aún, que algunos se enriquezcan de manera obscena a costa del empobrecimiento, la marginación y la muerte de grandes mayorías. Nos decía Willy Hugo que las 3 personas más ricas del mundo posen la riqueza equivalente a 42 países. Una caricatura que publicó Casa Horeb muestra a 1% de la población mundial poseyendo la mitad del planeta ¿Para qué les sirve acumular tanto? ¿Para sentirse como dioses?
Esos principios y antivalores del sistema justifican que nos separarnos en categorías, tanto de personas, naciones, culturas como de oficios, unos que valen más y otros que no cuentan y son desechables; justifican el individualismo, el consumismo, la competencia; justifican la apropiación de los dones que hemos recibido para usarlos en nuestro propio beneficio; nos hacen cómplices o indiferentes frente a hechos de negligencia, corrupción o malversaciones por parte de las autoridades, justifican el silencio ante la promulgación de Leyes que favorecen a los capitales, por encima de las personas...
Todo esto que provoca miedo, indiferencia o conformismo ante tanta muerte, injusticia, sufrimiento, violencia, despojo, etc., nos convierte también víctimas del sistema.
Sabemos que Dios nos habla en la realidad, en los acontecimientos, en la historia… Escuchemos ¿Qué es lo que nos dice, que nos grita, qué nos exige a través de los signos de los tiempos? ¿Dónde nos está hablando Dios hoy? ¿Qué es lo que le pide a Casa Horeb? ¿A qué nos envía?
Jesús fue enviado por el Padre para señalarnos el camino. ¿Será que nos hemos quedado viendo a Jesús, mirando su dedo y no vemos hacia dónde señala? ¿Será que nos quedamos adorándole, alabándole, “escuchando” y aprendiendo sus palabras sin oír lo que nos dice y sin ponernos en el camino que nos indica?
Jesús nos mostró el camino, nos enseñó los valores que necesitamos para vivir el Reino, especialmente, nos enseñó a valorar a las personas por encima de todo lo demás, puso en el centro a las personas que el sistema había marginado, las tomó en cuenta les devolvió su dignidad, les dio de comer. las sanó… adoptó un estilo de vida diferente, sencillo, en una comunidad que velaba por el bienestar de todas y todos, valoró. Jesús practicó y enseñó una forma de vida que trastocó las estructuras del imperio.
Jesús vino a señalarnos un camino. ¿Será que no hemos entendido que Jesús vino a proponer y a inaugurar un sistema económico-político-social alternativo y, por no entenderlo, no lo asumimos? Y a veces no solo no lo asumimos, sino que nos adaptamos o nos acomodamos, nos instalamos en el sistema imperante y no cuestionamos que es un sistema basado en la injusticia, que privilegia el poder y el dinero por encima de la vida de las personas, y del planeta mismo.
El sistema que nos trajo Jesús se llama  EL REINO DE DIOS. Y su única Ley es la Ley del amor. Amor que confronta el egoísmo del sistema en el que vivimos. Amor que es la única fuerza capaz de transformarlo.
Cerremos los ojos, soñemos un mundo diferente Tratemos de ver el Proyecto de Dios, imaginemos un mundo en Paz ¿Cómo pensamos que sería? ¿Qué cosas necesitamos cambiar? ¿qué buscaríamos?
En principio, es necesario que asumamos que Dios nos habla, como pueblo, no como personas individuales, Somos el Pueblo de Dios. Willy Hugo nos decía que a la salida de Egipto los israelitas habían tardado 40 años para llegar a la Tierra prometida. Pasaron 40 años en el desierto, hasta conformarse como nación, como un solo pueblo, pues al salir de Egipto eran tribus,
 Eso mismo nos hace falta tomar conciencia de que somos el Pueblo de Dios, hacernos pueblo de Dios para asumir el proyecto de Jesús, como un proyecto político-económico-social, no solamente como un proyecto religioso inserto en el sistema imperante, o dependiente de él.
Porque sólo como pueblo con un proyecto claro que tiene como principal valor la vida, un proyecto que impulsa la justicia, el bienestar de todas las personas, un proyecto que incluye a todas y todos podremos dar una respuesta efectiva a la realidad en la que vivimos y transformarla; sólo así podremos impulsar la justicia, acercar el Reino de Dios y construir la Paz.
Decimos que en este año se ha sentido como el Espíritu Santo ha soplado fuertemente en la comunidad, cómo nos ha movido a buscar caminos y acciones que realmente nos acerquen al Reino de Dios. Pidamos que siga soplando, que podamos descubrir cómo podemos hacernos pueblo de Dios; para que podamos empezar a pensar, sentir y vivir de una manera diferente, donde el amor sea lo que nos mueva, donde el egoísmo no tenga cabida; donde nada sea mío o tuyo, donde en vez de un yo sea un nosotros, donde en vez de tu problema o el mío sea el nuestro, donde nadie valga más o valga menos, donde ninguna persona se sienta sola, desamparada, o ignorada, donde todas y todos nos hagamos personas, nos hagamos protagonistas de nuestra historia de salvación y dejemos de ser víctimas de este sistema.
Después de la resurrección de Jesús, la respuesta al anuncio de los apóstoles era integrarse a la comunidad, organizarse en comunidades y el resultado de sus acciones se notó, cuestionó y provocó cambios estructurales. ¿Cuál es la respuesta que requiere nuestra realidad hoy? ¿Qué es lo tenemos que hacer para transformar nuestra realidad? ¿qué es necesario hacer para ser Sal y Luz para el mundo e instaurar la Paz?
El Reino de Dios es una propuesta alternativa a este sistema egoísta, individualista, injusto, excluyente, discriminante, de muerte… El Reino de Dios, Reino de Paz y de justicia es un proyecto estructural, para el aquí y el ahora. Es un proyecto que no se puede construir con o encima de las estructuras del sistema actual. Y la tarea no puede ser individual ni desvinculada de las demás personas de buena voluntad que buscan un mundo más justo. Es necesario desacomodarnos, convertirnos, es decir, migrar de las estructuras individualistas y egoístas, de este sistema de muerte, hacia un sistema de amor, de justicia, de solidaridad y de vida plena para todas y todos.

Los retos que se nos presentan son: hacernos Pueblo de Dios y, como tal, asumir ese gran proyecto del Reino de Dios, descubrir cómo lograr que todas las cosas buenas que ya hacemos produzcan cambios estructurales en la sociedad, de manera que sí podamos acercar la paz verdadera, la Paz que nos vino a traer Jesús, el Hijo de Dios, basada en la justicia, la solidaridad, el respeto y el amor.