miércoles, 10 de febrero de 2010

Reconstruyendo historias de mujeres


Reconstruyendo historias de mujeres:  Lidia, mujer trabajadora y constructora de comunidad. ( Hch. 16: 12-15,40)

Por Luis Rey
ORACIÓN:
Señor, que nos creaste mujeres y varones, para la cooperación y no la competencia, para la fraternidad sin prerrogativas de sexo o género, para la complementariedad amorosa, danos para con la mujer en nuestras comunidades los mismos  sentimientos que para ellas tuvo Jesús, la mirada que iguale y dignifique, y la misericordia que nos debemos unos a otros, para construir juntos tu reino. Amén.
Partir de la realidad.
¿Hay en nuestra vida momentos en los que brindar acogida al otro nos pone en situación de riesgo? ¿Cuál es nuestra respuesta ante estas situaciones?
¿Cual es el lugar que damos al otro al contar nuestra experiencia comunitaria? ¿lo incluimos con su historia y su verdad, concediéndole el lugar  y protagonismo que su trabajo merece?
Aspecto literario:
Lidia es una mujer extranjera, en una de las ciudades mas conflictivas y difíciles del Imperio Romano, donde profesar la fe de Israel en contraposición a la divinidad del César, pone en riesgo la propia vida.
Aspecto bíblico:
Reconstrucción y relectura histórica deben darse a partir de la perspectiva de los grupos oprimidos.
Aspecto teológico:
 Este texto se resignifica en la vida de tantas mujeres nuestras que, en sus comunidades y trabajos ponen literalmente el cuerpo al evangelio, padeciendo exclusión, marginalidad y hasta el martirio en la causa del Reino de Justicia para todos y todas.
Lectura del texto: Hch. 16 12-15,40
 ¿Que nos dice el texto hoy?. Describir aspectos salientes, resonancias, compartir entre todas.
Oración:
Presentamos a Jesús, Señor de la historia el fruto de nuestra reflexión común.
Aporte
Hay muchas maneras de acallar o encubrir la historia de las personas. Dos maneras muy usadas en el pasado y en el presente son mencionar a alguien muy rápidamente y centrarse, luego, en personas  o acontecimientos aparentemente más importantes. Otro modo muy sutil y sumamente desarrollado de encubrir la historia se da a través de su interpretación fijada textualmente. La historia interpretativa de un texto puede justamente encubrir la historia o parte de ella, en la medida en que silencia aspectos de la misma o no pregunta seriamente por el significado de un determinado elemento dentro de ella.
Con el tiempo y en la recepción de esta interpretación se va inyectando en el texto algo que éste ni siquiera está afirmando. Reconstrucción y relectura histórica deben darse entonces a partir de la perspectiva de los grupos oprimidos, tomando muy en serio la historia interpretativa, no solo para descubrir el motivo y el objeto de estas interpretaciones, sino también por el hecho de que éstas muchas veces reciben una fuerza expresiva aún más fuerte que el propio texto. Algunas veces se hace muy difícil leer un texto por el peso de la historia interpretativa que se le fue imponiendo y que como una fuerza casi dogmática pesa sobre el.
Hechas estas necesarias consideraciones es momento de preguntar al texto: ¿quién es en verdad Lidia?. Nuestros datos son escasos, vendedora de púrpura, nacida en Tiátira, en la costa nor-occidental de Asia Menor, creyente en el Dios de Israel, atenta en su corazón a lo que se dice de Jesús y en cuya casa  pernoctaron Pablo y sus amigos. De la exégesis tradicional europea, recibimos la idea de que se trata de una mujer viuda, muy rica, poseedora de esclavos, creyente y de cuyo mecenazgo excéntrico reciben beneficio los discípulos de Jesús, y su  casa, con el tiempo terminará siendo sede de una de las primeras comunidades cristianas en Filipos. El objeto central de la narración es el éxito pastoral de los discípulos, manifestado en el bautismo de Lidia y “los de su casa”. Podemos dar por respondida nuestra pregunta y dejar las cosas así, pero no es el objeto de nuestra búsqueda, debemos afinar la mirada y recurrir incluso a textos extrabíblicos que nos ayuden a encontrar el sentido liberador que el texto reserva a nuestra condición de periferia excluida.
¿Cómo se llega a establecer este “status”para Lidia y porque es importante aceptar esta mirada sobre ella?. Simple y prejuiciosa reducción:  Lidia es mujer y tiene casa, por lo tanto esposo, pero no es su esposo quien según la costumbre ofrece hospitalidad, por tanto si mujer, con casa, y ofrece hospedar,  es viuda. La casa es grande como para alojar a un grupo, por tanto requiere para su funcionamiento esclavos. Si Lidia es mujer viuda y con esclavos, su marido le ha dejado una gran suma  de dinero, para comerciar incluso con la venta de púrpura. Esto puede llegar a  ser de muchas maneras, -aquí tantas de nuestras mujeres sin ayuda de varón “rompen mordazas, construyen su casa, comparten calor-” pero la interpretación propietaria, blanca, varonil y europea no se molesta en explicar otras. La respuesta a la  segunda parte de nuestra pregunta es clara: si las cosas fueran exactamente así, la recepción y acogida primera del evangelio de Jesús, en tierra macedónica, hoy europea, se habría dado en el seno de la clase alta propietaria y no entre los pobres, obreros y esclavos con los que Jesús se vinculó en la cotidianeidad durante toda su vida. Como podemos ver un dato para nada desinteresado ni menor.
 Intentemos remover este sedimento interpretativo que deja al texto como “cerrado”, sin nada que decirnos aquí y ahora a nuestras comunidades latinoamericanas en proceso de liberación.
Lidia es una mujer extranjera, en una de las ciudades mas conflictivas y difíciles del Imperio Romano, donde profesar la fe de Israel en contraposición a la divinidad del César, pone en riesgo la propia vida, tanto más si se muestra cercanía con la secta de los cristianos acusados de sedición. Acoger en ese contexto a la comunidad apostólica  implica riesgo físico y motivo de exclusión, agravada por su condición de extranjera en una provincia romana. Lidia y su gente se bautizan, es decir hacen pública su condición de cristianos, se juegan ante un poder despótico y cruel, asumen el destino de Jesús.
Respecto de su trabajo y dignidad podemos afirmar que la venta de púrpura, (en el texto griego se define a Lidia como “porfirópolis”), nunca se daba  de manera independiente a su producción, sino que quien la vendía era a su vez productor. Para las clases dominantes era un producto de gran valor agregado y alta demanda en la tintura de telas finas, al tiempo que por la forma de producirse, moliendo la valva del calamar o hirviendo raíces en el caso de la púrpura vegetal, extraída en las provincias interiores carentes de costa marina de raíces parecidas a las de remolacha, era un trabajo considerado “sucio” y por tanto digno de esclavos ya que incluso se usaba  orina como fijador del color. Lidia y sus mujeres, posiblemente libertas al pagar con su trabajo al imperio el tributo con el que se obtenía esta condición, constituían una unidad de producción independiente y rentable. La denominación respecto del lugar de Lidia como “casa” (oikós) no  es contrapuesta a su actividad. En la antigüedad, y hasta el día de hoy entre nosotros, hay razones sociales de comercio que lo llevan por delante, todos conocemos alguna  “Antigua Casa...”
Tampoco el verbo utilizado, “Parabiásato hémas”, “nos forzó”, u obligó a quedarnos, remite al modo de hospitalidad impositiva de oriente sino más bien al deseo de proteger de peligro grave e inminente, cuando en tiempos como los de hoy, de grave inseguridad producto de la pobreza, o en tiempos de la dictadura con la represión ejecutada como cacería nocturna, decimos a los amigos, quedáte, no salgas, ya es tarde y hay peligro. De hecho este verbo solo se utiliza una vez más en el N.T (Lc. 24,29), y en idéntico contexto de persecución y angustia.
Lidia, lejos de disfrutar los beneficios de la inclusión social padece al menos tres formas de marginación: es extranjera, disidente religiosa y ejerce una actividad “impura”
 Así, la  “casa-comunidad” de esta mujer valiente y comprometida con su fe, capaz de arriesgar la vida por Pablo y sus hermanos es lugar de trabajo liberador y de comunión en la fe en el Señor Jesús, muerto por el poder y resucitado por fidelidad a la causa de su Padre. Distante de aquella viuda rica, Lidia, es una mujer trabajadora, independiente y constructora junto a otras de una de las primeras comunidades evangélicas, y aquí es donde este texto se resignifica en la vida de tantas mujeres nuestras que, en sus pequeñas comunidades y trabajo ponen literalmente el cuerpo al evangelio, padeciendo exclusión, marginalidad y hasta el martirio en la causa del reino de justicia para todos y todas.

Fotos Mujeres Teologas


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