sábado, 11 de enero de 2014

REFLEXIÓN BÍBLICA " CARTA A TAMAR"
















Yo, Claire DeBerg, ofrecí el siguiente mensaje a la Iglesia Menonita Emmanuel, de Minneapolis, Minnesota, el domingo, 24 de noviembre de 2013.
Es parte de una serie de sermones que nuestra iglesia eligió para el proyecto de la Iglesia Menonita USA,   ‘Mujeres en el Liderazgo’ como recurso para ayudar a las congregaciones a tratar y actuar en cuanto al tema: Ves a esta mujer: Rechazando el patriarcado y avanzando hacia relaciones correctas
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Estimada Tamar,
Que la paz sea contigo.
Te escribo una carta, querida hermana, porque necesito decirte algunas novedades importantes. Además soy escritora y esta es una de mis formas favoritas de comunicarme. Es penosa esta historia de tu violación. He llorado esta semana mientras trataba de explorar ese momento en la historia, ese momento en la historia de la relación de Dios con la humanidad. Simplemente te quedas con la boca abierta por el asombro ante el comportamiento de los hombres que participan en esta tragedia, antes, durante y después. Cerré los ojos muchas veces tratando de hacer que las palabras que leía en la Santa Biblia se entreveraran y desaparecieran. No quería creer que esta historia pudiera ser verdadera. 
Admito que ésta y todas las historias de violencia sexual son difíciles de enfrentar con los ojos bien abiertos y los oídos bien sintonizados. Puede ser aterrador escuchar la verdad cuando es enfermiza, dolorosa, horrible. Llegué a sentir que si podía desligarme, la violación no habría sucedido. Igual que cuando mi bebé quiere esconderse y simplemente cierra los ojos porque entonces el mundo desaparece de su vista y él cree que está escondido. Da miedo lo oscuro de tu violación, porque en la misma está oculta la historia de mujeres que yo conozco y amo, de mujeres  que han compartido sus historias conmigo, de mujeres que aprecio que no han compartido conmigo sus historias, y aun  de mis historias, Tamar.  Sí, también pude ver surgir algo de mi propia historia en la oscuridad de este pasaje por más que traté de hacerlo desaparecer.
Te escribo desde una época en que el mundo es muy diferente del que tú conociste pero  que tristemente, está llena de similitudes. He leído el relato de tu violación una y otra vez y me pregunto: ¿Supiste que lo que te pasó quedó registrado por escrito? Sí, es verdad. No es la historia más leída y meditada hoy porque es muy triste y está cargada de respuestas inaceptables de parte de cada uno de los hombres incluidos en la historia.
Pero quiero que sepas esto: tu historia, y tu violación, y tu poderosa respuesta han sido repetidas por cientos de años y en miles de idiomas. Los hombres leen sobre tu violación. Las mujeres están leyendo sobre tu violación. Estamos escuchando el eco de tu lamento como una explosión de llanto en nuestros corazones y mentes desde el pasado.
El relato de tu violación es conocido. Ha sido relatado una y otra vez. Se tiene en cuenta. Eres tenida en cuenta.
Hay muchos pequeños momentos en tu historia que me llamaron la atención, que me obligaron a releer, y me hicieron estremecer. Iban más allá de los límites de mi mente y corazón cada noche cuando trataba de conciliar sueño. Primero, tengo esa extraña sensación de gratitud porque tu historia fue incluida en estos textos sagrados, esta Palabra de Dios con mayúscula. Me siento agradecida por poder ir a la Santa Biblia y ver la cruda realidad que viviste, Tamar. No es una historia agradable. No es una historia curiosa y entretenida que termina bien. Alabado sea Dios. Esta Santa Biblia está llena de historias de la vida real, y toda la fealdad y la tristeza y la celebración que tienen lugar en la vida real. Alabado sea Dios porque somos lectores confiables y estas historias ya no dejarán de relatarse.
De modo que tu historia está viva y tristemente hubo otras instancias de horribles violaciones en aquel entonces que terminaron de otra manera y detesto recordarlas, y sin embargo no fueron registradas ni contadas una y otra vez. Pero tu historia sobrevivió y tengo que creer que fue porque tú y las personas que te rodeaban no permitieron que se borrara, se  eliminara, fuera dejada a un lado. Tú hablaste, gritaste, y desgarraste tus vestidos y expresaste la alarma que demasiadas mujeres sienten que deben callar. El riesgo que debe haber representado nombrar a tu violador y proclamar esa desgracia ni me lo imagino, Tamar. ¿Tal vez te podían haber matado? ¿Pudieron haberte echado de la familia? Como tú hablaste, otras mujeres han decidido expresarse y salieron de las sombras de la culpa y la vergüenza hacia la luz de la esperanza y la sanidad. Así que gracias por tu poderosa decisión en aquel momento hace tanto tiempo.
Me doy cuenta, también, que mucha de la emoción ha sido recortada de tu historia.  No podemos ver tu vida cargada de tristeza sobre tristeza pesando sobre tus hombros: un hermano violador, un padre fríamente inactivo, un hermano asesino.  Es difícil ver en estos hombres algo de compasión hacia ti.  Lo que también falta es lectores que habiendo tenido que ser testigos de tus quemantes lágrimas, de  tu cabello revuelto, escupiendo, gritando no, no, no, gritando, basta! basta!  durante tu violación. No se nos da un vistazo de tus noches insomnes, asustada, inundada de ira, tragándote los gritos, comiéndote las uñas, mirando las estrellas, deseando algo diferente. No tenemos información sobre cómo las cenizas se pegaron en tu cabello y en tu piel con las lágrimas saladas que resbalaban por tu rostro.  No te vemos agarrar tu bonito vestido con manchas oscuras de la ceniza cuando desgarrabas las mangas por el duelo de haber perdido tu virginidad y haciéndolo saber a todos los que pasaban a tu lado al regresar a tu casa. No podemos ver a tus hermanas y a tu madre y tus tías y a tus amigas abrazándote, tomando tu cara entre sus manos, limpiando de ceniza tu frente y haciéndote recordar que hay algo que nada puede destrozar, robar o violar: tu alma.  Y, Tamar, todo eso que no vemos es lo que deberíamos ver.
Por lo tanto, la forma en que tu historia fue relatada es mala noticia para los lectores. Esta falta de emoción nos impide verte a ti. Eres descrita como una chica hermosa, pero si yo estuviera escribiendo tu historia, tu aspecto no importaría, no debería importar.  Es algo con lo que aun hoy en día las personas luchan—culpar a la víctima.  He aquí como eso puede ponerse de manifiesto hoy: nuestra cultura perpetúa el concepto de que las mujeres en parte deben tener algo de  culpa cuando son víctimas de violencia sexual por causa de la ropa que usan o cómo se ven, para tratar de convencer a otros que ella “se lo estaba buscando”, o que “ella lo veía venir”. 
Ninguna. No, ninguna merece o pide ser violada. La culpa la tiene solamente el violador. Tamar, tu apariencia física no es la causa de la violación sexual que sufriste. La razón por la que ocurrió fue la voluntad y el deseo de tu hermano de dominarte y controlarte sin tomar en cuenta tu humanidad.
No, en lugar de hermosa, yo te describiría como poderosa, por esta razón: Tú fuiste tan poderosa que tus palabras fueron inconfundibles y quedaron grabadas en las mentas de las personas a quienes las dirigiste. Fuiste poderosamente valiente al relatar la violación. Aun el breve instante en que amasaste y cocinaste el pan para tu hermano fue incluido en esta historia. ¿Por qué? ¿Por qué este momento de preparar su comida, este  momento de hacer esa comida, este simple acto de alimentarlo? Es este pequeño, amable detalle lo que creo que magnifica los pocos momentos antes de que tu vida recibiera un nuevo título: el de víctima de violación. Tú estabas respondiendo como debías a los deseos de tu padre de que cuidaras de tu hermano. Ese momento incluido en tu historia me muestra la notable diferencia entre personas que se preocupan y respetan la vida y aquellos que la desprecian.
Seguramente no fue tu violador quien dijo una y otra vez cuánto suplicaste mientras él te violaba. Por cierto no estaba jactándose delante de sus amigos en cuanto a lo que tú dijiste y cómo lo dijiste. Habría quedado como un tonto. Tú tratando de negociar con tu hermano violador recordándole que él podría haberte tenido y amado en la forma correcta si solamente se lo hubiera pedido al rey, pero él tenía tan poco carácter en comparación con tu fortaleza.  Por cierto no fue tu otro hermano el que contó una y otra vez tu historia. Cuando oyó la noticia él fue quien te aconsejó no hablar con nadie sobre la violación y no preocuparte.  No fue ese recuerdo el que le duró por años. Dejó que la semilla de ira diera vueltas en su interior hasta que mató a tu violador en un esfuerzo por traer un cierto equilibrio retorcido que crea más tristeza en una situación ya desgarradora.  No fue tu padre seguramente, que conocía los detalles de tu encuentro con tu violador pero no hizo nada excepto PENSAR que estuvo mal.  Esos hombres que te rodeaban, tu padre y hermanos, y aun ese primo, fueron terriblemente indiferentes. Y sin embargo, tú, Tamar, no lo aceptaste. Tal vez no fue problema para ti seguir las instrucciones de tu padre de hacer pan y alimentar a la familia. Tú probablemente tienes toneladas de historias en las que la comida que hiciste no fue aceptada o fue groseramente recibida o tirada a los perros. Historias que tú tal vez tenías en mente y sabías cómo eran los hombres de tu familia.
Pero cuando se trató de tu vida y de tu virginidad y de tu cuerpo, no pudiste descartar la violación con indiferencia, encogiéndote de hombros. Tamar, tú estás profundamente a tono con lo que importa en esta vida. Esos hombres no eran unos campeones. Se trataba de ti. Era tu historia y tú la contaste una y otra vez a las mujeres que conocías y ellas atesoraron tu historia y te honraron, de manera que tu historia continúa viva.  Es un poderoso testimonio. ¿Dónde aprendiste que el silencio puede ser casi tan grotesco como el abuso físico y la violencia? Me alienta que no hayas almacenado más dolor en tu persona sellando tus labios, cerrando tus ojos, encogiéndote de hombros.
Pero tengo más noticias malas, esas mismas reacciones, esas mismas cabezas que miran para otro lado, y esa flagrante negación, todavía existen hoy.
Sin embargo.
Yo sé, tú pensarías que el enorme riesgo que corrías gritando aterrorizada sería una lección para el mundo del futuro para que nada parecido sucediera nunca, nunca más en este mundo que Dios ama tanto, pero mucho me temo que continúa sucediendo. Todavía hay mujeres y hombres que gritan no, no, no ante la violencia de sexo y son completamente ignorados. Todavía hay personas que ejercen su poder por medios sexuales y esto está ocurriéndoles a miembros de nuestras iglesias y a personas de nuestra vecindad y en lugares de nuestras comunidades que ni te puedes imaginar.
Cada dos minutos, en el tiempo necesario para amasar un pequeño pan, una mujer o una niña de los Estados Unidos es violada. Diez habrán sido atacadas,  en realidad, para cuando hayas terminado de leer esta carta. Casi la mitad de esas víctimas son chicas jóvenes, niños y niñas y adolescentes de menos de 18 años. ¿Casi la mitad? Lo que más preocupa es que la otra mitad de  estos ataques sexuales nunca, nunca son denunciados. Nunca son relatados como tú, tan poderosamente, decidiste hacerlo, Tamar. Algunas mujeres y niñas ni siquiera saben reconocer la violencia sexual. Pero desde tu historia ha habido claras definiciones. Violencia Sexual es toda actividad sexual en la que no ha habido consentimiento, o éste no ha sido otorgado libremente, ocurre cada vez que una mujer o un hombre son forzados o manipulados para realizar una actividad sexual no deseada.
No todos los tipos de violencia sexual incluyen contacto físico. Violencia sexual puede ser:
-        Violación
-        Ataque sexual
-        Incesto
-        Explotación sexual
-        Contacto sexual indeseado
-        Contacto sexual inapropiado
-        Acoso sexual
-        Exposición
-        Amenazas
-        Acecho
-        Cyber acoso
-        Espiar
Tamar, quiero que sepas que ahora la violencia sexual es un crimen que es castigado así que a las mujeres y hombres que hoy en día la denuncien no se les dirá que no lo cuenten a nadie o que lo dejen pasar. Tu violador se vio motivado a usar el sexo como un arma para controlar, dominar, humillar y lastimarte. Algunas chicas y mujeres hoy día prefieren no denunciar porque el poder del temor las enmudece. Y algunas veces el silencio sirve para proteger vida y otras veces el silencio permite que la oscuridad gane. La mayoría de los ataques sexuales de hoy son perpetrados en chicas y mujeres por alguien cercano a ellas,  que ellas conocen, igual que tú, Tamar. Lamento decirlo, igual que tú.
Tamar, hay algunas buenas noticias.  Tu historia es una inspiración para las mujeres de hoy día fieles al mismo Dios que tú adorabas. Tu poder ha atravesado cientos de años y está enseñando a algunas mujeres lastimadas a decir que no y a lamentar en voz alta y ser escuchadas.  Tal vez no lleguemos a desgarrar nuestros vestidos para expresar nuestro dolor, tal vez no echemos cenizas sobre nuestras cabezas, pero lamentamos junto con las víctimas de violencia sexual con ardiente oración, escuchando atentamente, y acompañándolas con sumo cuidado en verdaderas sesiones de sanidad, en espacios seguros para conversar, para escuchar y ser escuchadas. Esta semana descubrí, Tamar, gracias a ti, que un lamento es tanto una cosa como una acción. Es algo que se tiene y algo que se hace. Yo tengo un lamento. Yo lamento. Un lamento es una apasionada expresión de angustia o de tristeza. Lamentamos junto contigo la violación que sufriste en ti misma y en tu soledad. 
De modo que, Tamar, entraste en mi vida esta semana y me has enseñado a lamentar algunas de mis propias historias, algunas de mis propias experiencias oscuras. Quiero concluir con una historia que  surgió en mi memoria cuando escuché tu poderoso lamento. Aunque no voy a compartir mis incidentes de experimentar violencia sexual siendo una mujer adulta, compartiré una historia personal que es igualmente atemorizante para mí.  Aparentemente es un pequeño detalle en la historia de mi vida que siempre consideré que tuvo un final feliz, pero sabiendo lo que ahora entiendo sobre la naturaleza del abuso y la violación, el final ya no es feliz para mí.
Era una noche muy fría en el último día del año 2005. Yo había conducido desde Iowa a Minneapolis con mi hija Gloria, de 3 años de edad. El plan para el fin de semana era disfrutar de algunas películas infantiles por la tarde mientras bebíamos cocoa caliente con muchos malvaviscos y palomitas de maíz (o pororó)  con un grupo de amigos. Entonces, cuando los pequeños estuvieran durmiendo, los dejaríamos con los suegros de mi amiga y saldríamos para participar en una fiesta de Año Nuevo. Las películas eran realmente graciosas, la cocoa caliente y las palomitas de maíz bien enmantecadas, así que fue una tarde totalmente buena.
Cuando los niños se estaban quedando dormidos en distintos sofás, mi amiga y yo empezamos a prepararnos para la fiesta. Estábamos eligiendo vestidos ridículamente livianos para el profundo frío de una noche de diciembre en Minnesota.  Mi amiga y yo tratábamos de decidir cuáles nos quedarían mejor, si las botas de tacón de aguja o zapatos de tacón pero sin talón. Yo me sentía mareada y tonta y emocionada por haber sido invitada a  un lugar en el Año Nuevo por dos razones: 1) Yo no bebo y nunca lo he hecho, así que en general no soy la primera persona que alguien desea invitar a una fiesta donde se celebrará bebiendo mucho alcohol.  Así que estaba emocionada por haber sido invitada y trataba de hacer todo de manera que el fin de semana fuera un éxito. También estaba emocionada porque 2) yo era una madre sola desde el día que conocí a mi hija y simplemente no salía mucho, especialmente por la noche. Así que si había una invitación a una fiesta de Año Nuevo en Minneapolis, yo no podía resistir la tentación de ir. Cuando ya nos habíamos duchado y estábamos arreglándonos el cabello se había hecho tarde pero yo noté que mi amiga no parecía muy interesada en prepararse para salir. No se arreglaba el cabello, no decidía qué zapatos usar, ni siquiera se quitaba su bata de baño. Cuando yo estuve vestida y maquillada ella todavía no se había rizado las pestañas ni estirado el cordón de su plancha. Estaba como en la niebla. Finalmente le pregunté si ella pensaba ir o no y sin dudarlo, contestó: no. Me dijo que ella y su esposo iban a quedarse en casa.  Yo no lo podía creer. Me sentí herida porque para mí esta fiesta era como sentir que todavía era aceptada en el mundo de los adultos a pesar de esa nueva y extraña estadística en la que caía por ser madre sola. Todas mis quejas y resoplidos en el baño rogándole que me explicara por qué ella no iba y tratando de convencerla de todas las razones por las cuales ella debía ir a esta fiesta quedaron sin respuesta. Yo estaba enojada. Debo haber pestañeado  20 veces por mi disgusto. Había conducido 4 horas desde Iowa para asistir a una fiesta con mi amiga y ella se mantenía ausente. Era extraño para mí no saber qué le pasaba, pero terminé  calzándome los guantes de seda negros, elegí los zapatos con tacón de aguja que combinaban con mi vestido sin tirantes y partí de todos modos, enojada y perturbada. Fui a la fiesta, me encontré con algunas otras amigas y amigos, disfruté mucho  de la fiesta, llevé en mi auto a algunas amigas un poco mareadas y sonreí toda la noche.  No puede ni recordar los detalles del resto de aquel fin de semana.
Entonces, casi un año más tarde, recibí la misma invitación a una fiesta de Año Nuevo en la misma casa. Casualmente estaba almorzando con esta misma amiga que me había dejado de  lado el año anterior y estaba pensando cómo averiguar de manera discreta si otra vez ella iba a hacer lo mismo.  Por cierto yo me sentía un poco ofendida todavía porque nunca me habló de esa noche tan extraña, así que dudaba en hablar del tema pero finalmente le pregunté si ella recibió la invitación. Alegremente ella mezcló su ensalada y dijo que sí, había recibido la invitación y no podía esperar hasta que llegara el momento de ir y estaba pensando qué ropa deberíamos usar.
Entonces yo puse mi tenedor a lado del plato y la miré disgustada y le pregunté directamente: “¿Por qué no fuiste a la fiesta el año pasado? Era extremadamente importante para mí y me dejaste colgada”. Y tu historia, Tamar, se presentó claramente en su respuesta, que fue, “Claire, yo no fui contigo aquella noche porque mi esposo y yo no podíamos dejar a Gloria en una casa sola con mi suegro. Claire, él ha molestado sexualmente a cada niña de su familia”.
Oh, mi corazón. Oh, mi hijita. Oh, yo no sabía, Oh, mi amiga. Oh, Tamar. Oh, que deseos tenía yo de volver  y pasar el Año Nuevo con mu pequeña de 3 años entre mis brazos con su piyama blanco como la nieve. Oh, qué agradecida estaba porque mi amiga se había colocado como una barrera entre un abusador y una inocente. Oh, qué enojada estaba porque ella no me compartió esa noticia aquella misma noche. ¡Yo soy la madre! ¡Yo necesito saber de esas cosas! Y así entendí, ahora, cómo el poder de un violador sexual puede transformar a una persona. Mi amiga trató de guardar el secreto sobre su suegro y por eso esta historia no tiene un final feliz para mí. Es cierto que Gloria estaba segura y fue librada de esa situación. Sí, esa noche no pasó nada malo. Pero quienes guardan un secreto dejan poco lugar para que los perpetradores vean con claridad el merecido castigo y la posibilidad de arrepentirse. Ahora sé que mi amiga se sentía herida también y asustada, tal vez ella misma una víctima. Tiemblo de alivio porque mi hija estaba segura, se salvó, fue protegida esa víspera del Año Nuevo. Pero mi corazón se agita porque sé que no siempre va a haber alguien allí para proteger a Gloria o a tu hija, o a tu hermana, o a ti.  Y por todas las niñas y mujeres que no fueron protegidas esa noche y cada noche desde entonces, lo lamento.
Por lo tanto, mis amados y amadas…querida Tamar, querida Iglesia Menonita Emmanuel.  No guarden silencio y no guarden secretos. Escuchar más historias sobre violencia sexual significa que haya menos necesidad de lamentar por siglos y siglos. Más historias compartidas pueden transformar la impotencia  de una víctima en fortaleza, resistencia y vigor. Amar más a Jesús  hace que el temor no encuentre fundamento para apoderarse de nosotros.
No conozco tu vida de oración, Tamar, y no puedo decir que la mía es tan merecedora de ser imitada, pero algunas veces, cuando veo a una niñita jugando en un patio o a una adolescente en la parada del bus, o a una mujer conduciendo un minivan, o a una vecina regando sus geranios, cierro mis ojos y digo una oración por la protección y el amor de Dios hacia ella porque algunas veces eso es todo lo que puedo hacer y todo lo que debo hacer en ese momento. ¿Harías eso tú junto conmigo?
Dentro de un momento pediré a ustedes que hagan 3 cosas mientras piensan en las niñas que están en sus casas, en su vecindad, en esta iglesia, en este mundo. Les pediré que cierren sus ojos e inspiren y exhalen aire pidiendo que el abrir y cerrar su boca sirva para recordar a mujeres y niñas que es preciso compartir sus historias, su paz, su honestidad, su secreto así como tú hiciste por nosotras, Tamar.
Ahora, vamos a unirnos en esta oración de protección:
Cierren sus ojos y piensen en las mujeres y niñas que vengan a su mente y corazón.
Ahora, inspiren un largo aliento y manténganlo encerrándolas a ellas en él.
Ahora lentamente exhalen el aire y al hacerlo extiendan una manta tibia del amor y protección de Dios y de su paz sobre ellas y sobre sus historias. Amén.
Con cariño,
Claire

Traducción del inglés por Milka 

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