Yo, Claire
DeBerg, ofrecí el siguiente mensaje a la Iglesia Menonita Emmanuel, de
Minneapolis, Minnesota, el domingo, 24 de noviembre de 2013.
Es parte de una
serie de sermones que nuestra iglesia eligió para el proyecto de la Iglesia
Menonita USA, ‘Mujeres en el Liderazgo’ como recurso para ayudar a las
congregaciones a tratar y actuar en cuanto
al tema: “Ves
a esta mujer: Rechazando el patriarcado y avanzando hacia relaciones correctas”
~~~~
Estimada Tamar,
Que la paz sea
contigo.
Te escribo una carta,
querida hermana, porque necesito decirte algunas novedades importantes. Además
soy escritora y esta es una de mis formas favoritas de comunicarme. Es penosa
esta historia de tu violación. He llorado esta semana mientras trataba de
explorar ese momento en la historia, ese momento en la historia de la relación
de Dios con la humanidad. Simplemente te quedas con la boca abierta por el
asombro ante el comportamiento de los hombres que participan en esta tragedia,
antes, durante y después. Cerré los ojos muchas veces tratando de hacer que las
palabras que leía en la Santa Biblia se entreveraran y desaparecieran. No
quería creer que esta historia pudiera ser verdadera.
Admito que ésta
y todas las historias de violencia sexual son difíciles de enfrentar con los
ojos bien abiertos y los oídos bien sintonizados. Puede ser aterrador escuchar
la verdad cuando es enfermiza, dolorosa, horrible. Llegué a sentir que si podía
desligarme, la violación no habría sucedido. Igual que cuando mi bebé quiere
esconderse y simplemente cierra los ojos porque entonces el mundo desaparece de
su vista y él cree que está escondido. Da miedo lo oscuro de tu violación,
porque en la misma está oculta la historia de mujeres que yo conozco y amo, de
mujeres que han compartido sus historias
conmigo, de mujeres que aprecio que no han compartido conmigo sus historias, y aun
de mis historias, Tamar. Sí, también pude ver surgir algo de mi propia
historia en la oscuridad de este pasaje por más que traté de hacerlo
desaparecer.
Te escribo desde
una época en que el mundo es muy diferente del que tú conociste pero que tristemente, está llena de similitudes. He
leído el relato de tu violación una y otra vez y me pregunto: ¿Supiste que lo
que te pasó quedó registrado por escrito? Sí, es verdad. No es la historia más leída
y meditada hoy porque es muy triste y está cargada de respuestas inaceptables
de parte de cada uno de los hombres incluidos en la historia.
Pero quiero que
sepas esto: tu historia, y tu violación, y tu poderosa respuesta han sido
repetidas por cientos de años y en miles de idiomas. Los hombres leen sobre tu
violación. Las mujeres están leyendo sobre tu violación. Estamos escuchando el
eco de tu lamento como una explosión de llanto en nuestros corazones y mentes
desde el pasado.
El
relato de tu violación es conocido. Ha sido relatado una y otra vez. Se tiene
en cuenta. Eres tenida en cuenta.
Hay muchos
pequeños momentos en tu historia que me llamaron la atención, que me obligaron
a releer, y me hicieron estremecer. Iban más allá de los límites de mi mente y
corazón cada noche cuando trataba de conciliar sueño. Primero, tengo esa
extraña sensación de gratitud porque tu historia fue incluida en estos textos
sagrados, esta Palabra de Dios con mayúscula. Me siento agradecida por poder ir
a la Santa Biblia y ver la cruda realidad que viviste, Tamar. No es una
historia agradable. No es una historia curiosa y entretenida que termina bien.
Alabado sea Dios. Esta Santa Biblia está llena de historias de la vida real, y
toda la fealdad y la tristeza y la celebración que tienen lugar en la vida
real. Alabado sea Dios porque somos lectores confiables y estas historias ya no
dejarán de relatarse.
De modo que tu historia
está viva y tristemente hubo otras instancias de horribles violaciones en aquel
entonces que terminaron de otra manera y detesto recordarlas, y sin embargo no
fueron registradas ni contadas una y otra vez. Pero tu historia sobrevivió y
tengo que creer que fue porque tú y las personas que te rodeaban no permitieron
que se borrara, se eliminara, fuera
dejada a un lado. Tú hablaste, gritaste, y desgarraste tus vestidos y expresaste
la alarma que demasiadas mujeres sienten que deben callar. El riesgo que debe
haber representado nombrar a tu violador y proclamar esa desgracia ni me lo
imagino, Tamar. ¿Tal vez te podían haber matado? ¿Pudieron haberte echado de la
familia? Como tú hablaste, otras mujeres han decidido expresarse y salieron de
las sombras de la culpa y la vergüenza hacia la luz de la esperanza y la
sanidad. Así que gracias por tu poderosa decisión en aquel momento hace tanto
tiempo.
Me doy cuenta,
también, que mucha de la emoción ha sido recortada de tu historia. No podemos ver tu vida cargada de tristeza
sobre tristeza pesando sobre tus hombros: un hermano violador, un padre
fríamente inactivo, un hermano asesino.
Es difícil ver en estos hombres algo de compasión hacia ti. Lo que también falta es lectores que habiendo
tenido que ser testigos de tus quemantes lágrimas, de tu cabello revuelto, escupiendo, gritando no,
no, no, gritando, basta! basta! durante
tu violación. No se nos da un vistazo de tus noches insomnes, asustada,
inundada de ira, tragándote los gritos, comiéndote las uñas, mirando las
estrellas, deseando algo diferente. No tenemos información sobre cómo las
cenizas se pegaron en tu cabello y en tu piel con las lágrimas saladas que resbalaban
por tu rostro. No te vemos agarrar tu
bonito vestido con manchas oscuras de la ceniza cuando desgarrabas las mangas
por el duelo de haber perdido tu virginidad y haciéndolo saber a todos los que
pasaban a tu lado al regresar a tu casa. No podemos ver a tus hermanas y a tu
madre y tus tías y a tus amigas abrazándote, tomando tu cara entre sus manos,
limpiando de ceniza tu frente y haciéndote recordar que hay algo que nada puede
destrozar, robar o violar: tu alma. Y,
Tamar, todo eso que no vemos es lo que deberíamos ver.
Por lo tanto, la
forma en que tu historia fue relatada es mala noticia para los lectores. Esta
falta de emoción nos impide verte a ti. Eres descrita como una chica hermosa,
pero si yo estuviera escribiendo tu historia, tu aspecto no importaría, no
debería importar. Es algo con lo que aun
hoy en día las personas luchan—culpar a la víctima. He aquí como eso puede ponerse de manifiesto
hoy: nuestra cultura perpetúa el concepto de que las mujeres en parte deben
tener algo de culpa cuando son víctimas
de violencia sexual por causa de la ropa que usan o cómo se ven, para tratar de
convencer a otros que ella “se lo estaba buscando”, o que “ella lo veía
venir”.
Ninguna.
No, ninguna merece o pide ser violada. La culpa la tiene solamente el violador.
Tamar, tu apariencia física no es la causa de la violación sexual que sufriste.
La razón por la que ocurrió fue la voluntad y el deseo de tu hermano de
dominarte y controlarte sin tomar en cuenta tu humanidad.
No, en lugar de
hermosa, yo te describiría como poderosa, por esta razón: Tú fuiste tan
poderosa que tus palabras fueron inconfundibles y quedaron grabadas en las
mentas de las personas a quienes las dirigiste. Fuiste poderosamente valiente
al relatar la violación. Aun el breve instante en que amasaste y cocinaste el
pan para tu hermano fue incluido en esta historia. ¿Por qué? ¿Por qué este
momento de preparar su comida, este
momento de hacer esa comida, este simple acto de alimentarlo? Es este
pequeño, amable detalle lo que creo que magnifica los pocos momentos antes de
que tu vida recibiera un nuevo título: el de víctima de violación. Tú estabas
respondiendo como debías a los deseos de tu padre de que cuidaras de tu
hermano. Ese momento incluido en tu historia me muestra la notable diferencia
entre personas que se preocupan y respetan la vida y aquellos que la
desprecian.
Seguramente no
fue tu violador quien dijo una y otra vez cuánto suplicaste mientras él te
violaba. Por cierto no estaba jactándose delante de sus amigos en cuanto a lo
que tú dijiste y cómo lo dijiste. Habría quedado como un tonto. Tú tratando de
negociar con tu hermano violador recordándole que él podría haberte tenido y
amado en la forma correcta si solamente se lo hubiera pedido al rey, pero él
tenía tan poco carácter en comparación con tu fortaleza. Por cierto no fue tu otro hermano el que
contó una y otra vez tu historia. Cuando oyó la noticia él fue quien te
aconsejó no hablar con nadie sobre la violación y no preocuparte. No fue ese recuerdo el que le duró por años. Dejó
que la semilla de ira diera vueltas en su interior hasta que mató a tu violador
en un esfuerzo por traer un cierto equilibrio retorcido que crea más tristeza
en una situación ya desgarradora. No fue
tu padre seguramente, que conocía los detalles de tu encuentro con tu violador
pero no hizo nada excepto PENSAR que estuvo mal. Esos hombres que te rodeaban, tu padre y
hermanos, y aun ese primo, fueron terriblemente indiferentes. Y sin embargo,
tú, Tamar, no lo aceptaste. Tal vez no fue problema para ti seguir las
instrucciones de tu padre de hacer pan y alimentar a la familia. Tú
probablemente tienes toneladas de historias en las que la comida que hiciste no
fue aceptada o fue groseramente recibida o tirada a los perros. Historias que tú
tal vez tenías en mente y sabías cómo eran los hombres de tu familia.
Pero cuando se
trató de tu vida y de tu virginidad y de tu cuerpo, no pudiste descartar la
violación con indiferencia, encogiéndote de hombros. Tamar, tú estás
profundamente a tono con lo que importa en esta vida. Esos hombres no eran unos
campeones. Se trataba de ti. Era tu historia y tú la contaste una y otra vez a
las mujeres que conocías y ellas atesoraron tu historia y te honraron, de
manera que tu historia continúa viva. Es
un poderoso testimonio. ¿Dónde aprendiste que el silencio puede ser casi tan
grotesco como el abuso físico y la violencia? Me alienta que no hayas
almacenado más dolor en tu persona sellando tus labios, cerrando tus ojos,
encogiéndote de hombros.
Pero tengo más
noticias malas, esas mismas reacciones, esas mismas cabezas que miran para otro
lado, y esa flagrante negación, todavía existen hoy.
Sin
embargo.
Yo sé, tú
pensarías que el enorme riesgo que corrías gritando aterrorizada sería una
lección para el mundo del futuro para que nada parecido sucediera nunca, nunca
más en este mundo que Dios ama tanto, pero mucho me temo que continúa
sucediendo. Todavía hay mujeres y hombres que gritan no, no, no ante la
violencia de sexo y son completamente ignorados. Todavía hay personas que ejercen
su poder por medios sexuales y esto está ocurriéndoles a miembros de nuestras
iglesias y a personas de nuestra vecindad y en lugares de nuestras comunidades
que ni te puedes imaginar.
Cada dos
minutos, en el tiempo necesario para amasar un pequeño pan, una mujer o una
niña de los Estados Unidos es violada. Diez habrán sido atacadas, en realidad, para cuando hayas terminado de
leer esta carta. Casi la mitad de esas víctimas son chicas jóvenes, niños y
niñas y adolescentes de menos de 18 años. ¿Casi la mitad? Lo que más preocupa
es que la otra mitad de estos ataques
sexuales nunca, nunca son denunciados. Nunca son relatados como tú, tan
poderosamente, decidiste hacerlo, Tamar. Algunas mujeres y niñas ni siquiera
saben reconocer la violencia sexual. Pero desde tu historia ha habido claras
definiciones. Violencia Sexual es toda actividad sexual en la que no ha habido
consentimiento, o éste no ha sido otorgado libremente, ocurre cada vez que una
mujer o un hombre son forzados o manipulados para realizar una actividad sexual
no deseada.
No
todos los tipos de violencia sexual incluyen contacto físico. Violencia sexual
puede ser:
-
Violación
-
Ataque
sexual
-
Incesto
-
Explotación
sexual
-
Contacto
sexual indeseado
-
Contacto
sexual inapropiado
-
Acoso
sexual
-
Exposición
-
Amenazas
-
Acecho
-
Cyber acoso
-
Espiar
Tamar, quiero
que sepas que ahora la violencia sexual es un crimen que es castigado así que a
las mujeres y hombres que hoy en día la denuncien no se les dirá que no lo
cuenten a nadie o que lo dejen pasar. Tu violador se vio motivado a usar el
sexo como un arma para controlar, dominar, humillar y lastimarte. Algunas
chicas y mujeres hoy día prefieren no denunciar porque el poder del temor las
enmudece. Y algunas veces el silencio sirve para proteger vida y otras veces el
silencio permite que la oscuridad gane. La mayoría de los ataques sexuales de
hoy son perpetrados en chicas y mujeres por alguien cercano a ellas, que ellas conocen, igual que tú, Tamar.
Lamento decirlo, igual que tú.
Tamar, hay
algunas buenas noticias. Tu historia es
una inspiración para las mujeres de hoy día fieles al mismo Dios que tú
adorabas. Tu poder ha atravesado cientos de años y está enseñando a algunas
mujeres lastimadas a decir que no y a lamentar en voz alta y ser
escuchadas. Tal vez no lleguemos a
desgarrar nuestros vestidos para expresar nuestro dolor, tal vez no echemos
cenizas sobre nuestras cabezas, pero lamentamos junto con las víctimas de
violencia sexual con ardiente oración, escuchando atentamente, y acompañándolas
con sumo cuidado en verdaderas sesiones de sanidad, en espacios seguros para
conversar, para escuchar y ser escuchadas. Esta semana descubrí, Tamar, gracias
a ti, que un lamento es tanto una cosa como una acción. Es algo que se tiene y
algo que se hace. Yo tengo un lamento. Yo lamento. Un lamento es una apasionada
expresión de angustia o de tristeza. Lamentamos junto contigo la violación que
sufriste en ti misma y en tu soledad.
De modo que,
Tamar, entraste en mi vida esta semana y me has enseñado a lamentar algunas de
mis propias historias, algunas de mis propias experiencias oscuras. Quiero
concluir con una historia que surgió en
mi memoria cuando escuché tu poderoso lamento. Aunque no voy a compartir mis
incidentes de experimentar violencia sexual siendo una mujer adulta, compartiré
una historia personal que es igualmente atemorizante para mí. Aparentemente es un pequeño detalle en la
historia de mi vida que siempre consideré que tuvo un final feliz, pero
sabiendo lo que ahora entiendo sobre la naturaleza del abuso y la violación, el
final ya no es feliz para mí.
Era una noche
muy fría en el último día del año 2005. Yo había conducido desde Iowa a
Minneapolis con mi hija Gloria, de 3 años de edad. El plan para el fin de
semana era disfrutar de algunas películas infantiles por la tarde mientras
bebíamos cocoa caliente con muchos malvaviscos y palomitas de maíz (o
pororó) con un grupo de amigos.
Entonces, cuando los pequeños estuvieran durmiendo, los dejaríamos con los
suegros de mi amiga y saldríamos para participar en una fiesta de Año Nuevo.
Las películas eran realmente graciosas, la cocoa caliente y las palomitas de
maíz bien enmantecadas, así que fue una tarde totalmente buena.
Cuando los niños
se estaban quedando dormidos en distintos sofás, mi amiga y yo empezamos a
prepararnos para la fiesta. Estábamos eligiendo vestidos ridículamente livianos
para el profundo frío de una noche de diciembre en Minnesota. Mi amiga y yo tratábamos de decidir cuáles
nos quedarían mejor, si las botas de tacón de aguja o zapatos de tacón pero sin
talón. Yo me sentía mareada y tonta y emocionada por haber sido invitada a un lugar en el Año Nuevo por dos razones: 1)
Yo no bebo y nunca lo he hecho, así que en general no soy la primera persona
que alguien desea invitar a una fiesta donde se celebrará bebiendo mucho
alcohol. Así que estaba emocionada por
haber sido invitada y trataba de hacer todo de manera que el fin de semana
fuera un éxito. También estaba emocionada porque 2) yo era una madre sola desde
el día que conocí a mi hija y simplemente no salía mucho, especialmente por la
noche. Así que si había una invitación a una fiesta de Año Nuevo en
Minneapolis, yo no podía resistir la tentación de ir. Cuando ya nos habíamos
duchado y estábamos arreglándonos el cabello se había hecho tarde pero yo noté
que mi amiga no parecía muy interesada en prepararse para salir. No se
arreglaba el cabello, no decidía qué zapatos usar, ni siquiera se quitaba su
bata de baño. Cuando yo estuve vestida y maquillada ella todavía no se había
rizado las pestañas ni estirado el cordón de su plancha. Estaba como en la
niebla. Finalmente le pregunté si ella pensaba ir o no y sin dudarlo, contestó:
no. Me dijo que ella y su esposo iban a quedarse en casa. Yo no lo podía creer. Me sentí herida porque
para mí esta fiesta era como sentir que todavía era aceptada en el mundo de los
adultos a pesar de esa nueva y extraña estadística en la que caía por ser madre
sola. Todas mis quejas y resoplidos en el baño rogándole que me explicara por
qué ella no iba y tratando de convencerla de todas las razones por las cuales
ella debía ir a esta fiesta quedaron sin respuesta. Yo estaba enojada. Debo
haber pestañeado 20 veces por mi
disgusto. Había conducido 4 horas desde Iowa para asistir a una fiesta con mi
amiga y ella se mantenía ausente. Era extraño para mí no saber qué le pasaba,
pero terminé calzándome los guantes de
seda negros, elegí los zapatos con tacón de aguja que combinaban con mi vestido
sin tirantes y partí de todos modos, enojada y perturbada. Fui a la fiesta, me
encontré con algunas otras amigas y amigos, disfruté mucho de la fiesta, llevé en mi auto a algunas
amigas un poco mareadas y sonreí toda la noche.
No puede ni recordar los detalles del resto de aquel fin de semana.
Entonces, casi
un año más tarde, recibí la misma invitación a una fiesta de Año Nuevo en la
misma casa. Casualmente estaba almorzando con esta misma amiga que me había
dejado de lado el año anterior y estaba
pensando cómo averiguar de manera discreta si otra vez ella iba a hacer lo
mismo. Por cierto yo me sentía un poco
ofendida todavía porque nunca me habló de esa noche tan extraña, así que dudaba
en hablar del tema pero finalmente le pregunté si ella recibió la invitación.
Alegremente ella mezcló su ensalada y dijo que sí, había recibido la invitación
y no podía esperar hasta que llegara el momento de ir y estaba pensando qué
ropa deberíamos usar.
Entonces yo puse
mi tenedor a lado del plato y la miré disgustada y le pregunté directamente:
“¿Por qué no fuiste a la fiesta el año pasado? Era extremadamente importante
para mí y me dejaste colgada”. Y tu historia, Tamar, se presentó claramente en
su respuesta, que fue, “Claire, yo no fui contigo aquella noche porque mi
esposo y yo no podíamos dejar a Gloria en una casa sola con mi suegro. Claire,
él ha molestado sexualmente a cada niña de su familia”.
Oh, mi corazón.
Oh, mi hijita. Oh, yo no sabía, Oh, mi amiga. Oh, Tamar. Oh, que deseos tenía
yo de volver y pasar el Año Nuevo con mu
pequeña de 3 años entre mis brazos con su piyama blanco como la nieve. Oh, qué
agradecida estaba porque mi amiga se había colocado como una barrera entre un
abusador y una inocente. Oh, qué enojada estaba porque ella no me compartió esa
noticia aquella misma noche. ¡Yo soy la madre! ¡Yo necesito saber de esas
cosas! Y así entendí, ahora, cómo el poder de un violador sexual puede
transformar a una persona. Mi amiga trató de guardar el secreto sobre su suegro
y por eso esta historia no tiene un final feliz para mí. Es cierto que Gloria
estaba segura y fue librada de esa situación. Sí, esa noche no pasó nada malo.
Pero quienes guardan un secreto dejan poco lugar para que los perpetradores
vean con claridad el merecido castigo y la posibilidad de arrepentirse. Ahora
sé que mi amiga se sentía herida también y asustada, tal vez ella misma una
víctima. Tiemblo de alivio porque mi hija estaba segura, se salvó, fue
protegida esa víspera del Año Nuevo. Pero mi corazón se agita porque sé que no
siempre va a haber alguien allí para proteger a Gloria o a tu hija, o a tu
hermana, o a ti. Y por todas las niñas y
mujeres que no fueron protegidas esa noche y cada noche desde entonces, lo
lamento.
Por lo tanto, mis
amados y amadas…querida Tamar, querida Iglesia Menonita Emmanuel. No guarden silencio y no guarden secretos.
Escuchar más historias sobre violencia sexual significa que haya menos
necesidad de lamentar por siglos y siglos. Más historias compartidas pueden
transformar la impotencia de una víctima
en fortaleza, resistencia y vigor. Amar más a Jesús hace que el temor no encuentre fundamento
para apoderarse de nosotros.
No conozco tu
vida de oración, Tamar, y no puedo decir que la mía es tan merecedora de ser
imitada, pero algunas veces, cuando veo a una niñita jugando en un patio o a
una adolescente en la parada del bus, o a una mujer conduciendo un minivan, o a
una vecina regando sus geranios, cierro mis ojos y digo una oración por la
protección y el amor de Dios hacia ella porque algunas veces eso es todo lo que
puedo hacer y todo lo que debo hacer en ese momento. ¿Harías eso tú junto
conmigo?
Dentro de un
momento pediré a ustedes que hagan 3 cosas mientras piensan en las niñas que
están en sus casas, en su vecindad, en esta iglesia, en este mundo. Les pediré
que cierren sus ojos e inspiren y exhalen aire pidiendo que el abrir y cerrar
su boca sirva para recordar a mujeres y niñas que es preciso compartir sus
historias, su paz, su honestidad, su secreto así como tú hiciste por nosotras,
Tamar.
Ahora, vamos a
unirnos en esta oración de protección:
Cierren sus ojos
y piensen en las mujeres y niñas que vengan a su mente y corazón.
Ahora, inspiren
un largo aliento y manténganlo encerrándolas a ellas en él.
Ahora lentamente
exhalen el aire y al hacerlo extiendan una manta tibia del amor y protección de
Dios y de su paz sobre ellas y sobre sus historias. Amén.
Con cariño,
Claire
Traducción
del inglés por Milka