jueves, 24 de abril de 2014

Textos del Dr Mario Madrid Malo, Abogado Colombiano defensor de Derechos Humanos.


MUJERES DE LA PASIÓN (1)
María, hermana de Lázaro


     "María trajo unos trecientos gramos
      de perfume de nardo puro, muy caro,
       y perfumó los pies de Jesús.
       Luego se los secó con sus cabellos"
          Juan 12, 3


Faltan seis días para la Pascua. Jesús ha ido a Betania, pueblito cercano a Jerusalén, en el camino que va de Jericó a la ciudad de las catorce puertas. Allí está comiendo en casa de Lázaro, el hombre al cual hizo volver de la muerte [1]. A la cena concurren sus apóstoles y otro personaje de aquel lugar, tal vez Simón, uno de los leprosos por Él sanados [2]. De repente, en medio del banquete, una mujer derrama sobre el invitado principal un vaso de costoso perfume de nardo [3]

El evangelio de San Juan [4] nos ha revelado la identidad de la mujer que rinde homenaje al Señor, atrayéndose las críticas de quienes miran su acto como escandaloso derroche: es María, la hermana de Lázaro y Marta.

María, la que ha escogido la mejor parte [5].   

María, la que ha pasado muchas horas a los pies del Maestro, dándole atento oído a sus palabras [6].

 María, la que ha comprendido que una sola cosa es necesaria: buscar el Reino de Dios y hacer lo que es justo [7]

Los israelitas tienen por costumbre ungir a los varones exaltados a la realeza o al sacerdocio, como signo de la elección divina [8]. También es tradicional entre ellos perfumar con ungüentos aromáticos los cuerpos de los difuntos [9]. Al verter el contenido de su frasco sobre Jesús, María no ejecuta una acción irreflexiva. Es todo un rito lo que cumple, mientras no pocos dejan oír protestas timoratas por aquel gesto, viéndolo como fruto de imprudente prodigalidad.

 María unge al Mesías prometido por las Escrituras [10]. Unge al rey del universo, con cuya obra salvadora ha de consumarse el plan de Dios sobre el mundo y sobre el descaecido linaje de Adán. Unge al supremo pastor y juez de todos los hombres 11], que recibirá las naciones en herencia y ha de gobernar, en el amor y en la justicia, a los pueblos del orbe [12]. Unge al pacífico príncipe de los reyes de la tierra¨[13], que logrará convertir las espadas en arados y trocar las lanzas en hoces[14]

Y unge también al hombre que se halla en vísperas de la inmolación, porque ha querido obedecer hasta la muerte de cruz [15]. Quizá el aroma del nardo que ha bañado la cabeza del Señor perdure aún cuando, pocos días después, amigos piadosos desclaven su cadáver para ponerlo en el sepulcro de la huerta [16]. El mismo Jesús lo advierte a los presentes: María se anticipa a ungir su cuerpo para la sepultura. Y allí donde se predique el evangelio se hablará de lo que ha hecho la dama de Betania, para conservar su memoria[17].

MUJERES DE LA PASIÓN (2) La criada de Caifás


 "Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó 
  una de las sirvientas del sumo sacerdote, y 
  al ver a Pedro, que se estaba calentando junto
  al fuego, se quedó mirándolo y le dijo: ‘
  Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret’."
        Marcos 14, 66-67.





  
Nadie duerme aquella noche en la mansión de Caifás. En el patio, bañado por el plenilunio, los sirvientes han encendido un brasero para librarse del frío [1]. Del interior de la casa se escapan voces airadas y gritos descompuestos. Una gran parte del Sanedrín se halla reunida [2]. Ancianos, escribas y sacerdotes han sido convocados a toda prisa por emisarios del pontífice. Judas ha cumplido su palabra [3]. Pocas horas antes, en el olivar de Getsemaní, un piquete de la guardia del templo ha puesto preso a Jesús de Nazaret [4]. Ahora los sanedritas interrogan al prisionero y presentan testimonios para probar que su enseñanza es blasfema [5]

Una de las criadas del Sumo Sacerdote repara de pronto en un hombre que permanece junto al fuego, silencioso y retraído. Al resplandor de las llamas cree reconocerlo. ¿No es el que ha visto, en otras ocasiones, entre los seguidores del Nazareno? ¿No acompañaba a Jesús cuando éste entró a Jerusalén montando en un pollino, mientras la muchedumbre agitaba ramos de palmera [6]? ¿No estaba con el rabí aquel día en que los comerciantes fueron expulsados del templo...?[7]

La sirvienta se aproxima al hombre para mirarlo de cerca. Quizá no es el que supone. La casa de Caifás es lugar poco adecuado para los discípulos de aquel predicador cuya suerte va a decidir la junta suprema... Pero es el mismo, en efecto. ¿Qué estará haciendo allí?        

—Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret [8] —le dice la mujer. 

El hombre la mira un momento, sobresaltado. Luego, apartándose de la lumbre, responde con voz temblorosa:   

  —No sé de qué estás hablando [9]

La criada está cada vez más segura de no engañarse. El hombre habla como galileo, y con dificultad disimula el temor que le causa aquel interrogatorio. Por eso ella se vuelve a los otros criados para advertirles, con el mohín satisfecho de la fémina que descubre un secreto: 

—Éste es uno de ellos [10].  

El hombre niega de nuevo. Pero su acento no pasa inadvertido para los circunstantes.  

—Seguro que tú también eres uno de ellos —dice alguien—. Hasta en tu manera de hablar se te nota [11]

El hombre se exaspera. Entre maldiciones y juramentos niega otra vez conocer al Nazareno[12].  

Y en ese momento canta un gallo [13].

MUJERES DE LA PASIÓN: (3) LA ESPOSA DE PILATO




     "Mientras Pilato estaba sentado en el 
     tribunal, su esposa mandó a decirle:
     No te metas con ese hombre justo, 
     porque anoche tuve un sueño horrible
     por causa suya."
                    Mateo 27, 19.

 La tradición legendaria la ha llamado Claudia Prócula [1]. Es la esposa de Poncio Pilato, procurador romano de la Judea, y muchas veces, en los años anteriores, ha oído la gritería del pueblo descontento frente al litóstrotos —patio enlosado— de la gobernación. Su marido no pierde oportunidad de mostrar desprecio por los judíos: introduce en Jerusalén las enseñas ornadas con la efigie imperial, saquea el tesoro del Templo para costear las obras públicas y no vacila en reprimir sanguinariamente toda manifestación subversiva [2]... Claudia está muy acostumbrada a presenciar tumultos y motines. 

Aquella mañana, sin embargo, perturban a la mujer los gritos de la muchedumbre que muy temprano, casi al despuntar el día, ha presentado un reo ante Pilato [3]. Desde su ventana presencia la señora el desarrollo del proceso. Argumentan, a la puerta del pretorio,  los sacerdotes principales, ruge la multitud que espera en la calle y el representante del emperador habla para imponer el orden. Sólo el Nazareno permanece en silencio, de pie ante su juez, con las vestiduras revueltas y el rostro fatigado por el insomnio. 

Pilato —más por su antipatía hacia los dirigentes del pueblo que por interés personal en Jesús— trata de salvar al procesado, contraponiéndolo a la temible figura de un preso llamado Barrabás [4], un delincuente que tal vez hoy la prensa denominaría terrorista. Desde la adoquinada plaza donde ha puesto su silla judicial el romano pregunta a la turba:  

—¿A quién quieren ustedes que les ponga en libertad: a Jesús Barrabás, o a Jesús, al que llaman el Mesías? [5] 

Un murmullo es por ahora la respuesta. Los sacerdotes, desconcertados, cuchichean entre ellos. El populacho rememora las hazañas delictuosas de Barrabás. 

Claudia envía a su esposo una tabilla con un breve recado: 'No te metas con ese hombre justo, porque anoche tuve un sueño horrible por causa suya' [6]

Pilato recibirá aquel mensaje, pero no hará caso de su contenido. Las decisiones de orden público no deben subordinarse a los sueños femeninos.

 Aleccionada por sus instigadores, olvidando el pasado del criminal, la turba pide a gritos la liberación de Barrabás. El procurador, para su perpetua deshonra, no tardará en cumplir el voto popular [7]

¿Qué habrá soñado la dama romana? ¿Qué pensamientos terribles la llevan a interceder por el acusado sin culpa? Nadie lo sabrá nunca. Pero tal vez, en medio de la noche, entre la niebla del sueño, Claudia Prócula ha visto a su cónyuge en el vano intento de lavarse las manos manchadas por el asesinato.

Enviado por Jenny Neme (Colombia)

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