"Mujer: Quién eres tú?"
Recientemente leí uno de los
últimos informes presentados por la UNICEF el cual evidencia que las violencias y exclusiones de género siguen en
aumento en el mundo, a pesar de los
esfuerzos que se vienen haciendo desde diversos sectores en diferentes latitudes
en contra de este flagelo; un flagelo
que sufren especialmente niñas y mujeres sin distinción de raza, edad,
nacionalidad credo y/o religión. Lo más desafiante de esta realidad ha sido
corroborar que aquellos esfuerzos no darán mayores frutos si las mujeres no
avanzamos en superar los miedos que aún nos inhabilitan y paralizan ante esa
violencia. Una de las principales causas de estos miedos paralizantes puede hallarse en el desconocimiento que tenemos de nosotras
mismas. Quiero pues compartir, especialmente contigo mujer, una pregunta que,
por básica y simple que parezca, ayuda
en esto de empezar a desentrañarnos:
Quién
eres tú?
Sí, parece una pregunta
cualquiera, superficial si se
quiere, pero no lo es. Formularla puede
resultar sencillo, pero responderla no tanto. En una cultura como la nuestra,
en donde la identidad, particularmente la de
las mujeres, generalmente es definida
por las demandas sociales y culturales, es decir, por lo que la cultura y la
sociedad esperan de nosotras como “mujeres”, usualmente no es cosa sencilla dar cuenta de quiénes somos realmente, o
por lo menos de quiénes queremos ser. No es difícil
reconocer que la cultura y la sociedad buscan encasillarnos en estereotipos que
determinan lo que “debe” y “no debe ser” una mujer; lo que sí suele sernos
difícil de identificar, muchas veces por la sutileza con la cual se
presenta, es que también existe esa
misma tendencia a las estereotipias de género en no pocas iglesias y
comunidades religiosas, desafortunadamente. Esto propicia, por un lado,
dinámicas vinculares que dejan a las mujeres en condición de subordinación con
respecto a los varones, y por otro, la desarticulación
en nuestro fuero interno entre lo que somos y lo queremos llegar a ser.
Históricamente estas estereotipias
han determinado del mismo modo los ámbitos para cada quien: la mujer es
tradicionalmente relegada al ámbito de lo privado y doméstico, sujeta a las
decisiones del varón, mientras que a éste
se le ubica en el ámbito de lo público,
lugar de dirigencia y autoridad.
Así, esta posición de sujeción y subordinación, que ocupa el lugar
privado y doméstico, se marca como “virtuosa
y deseable” en una mujer; por supuesto,
todo lo que NO esté dentro de este estereotipo será cuestionado como poco
virtuoso y deseable para “una mujer ejemplar”.
Y la consecuencia más obvia de esta demanda socio-cultural, justificada
y vehiculizada por lo religioso, es la
desconexión que solemos tener entre de la identidad y el propio proyecto de
vida. Afortunadamente
esto ha ido cambiando, hoy por hoy es un hecho que las mujeres estamos
ocupando espacios académicos, públicos, políticos y religiosos,
cada vez con mayor protagonismo. Sin embargo el mandato de lo que “debemos” y “no debemos ser” como mujeres aún
sigue estando latente, influyendo significativamente las subjetividades tanto
de hombres como de mujeres.
Así que para comenzar a transitar la
pregunta: “quién soy yo”, necesitamos primero ser conscientes de toda la carga
social y cultural-religiosa que puede estar obstaculizando el ponernos cara a
cara frente a lo que realmente somos, a lo queremos llegar a ser y al papel que
queremos y necesitamos desempeñar en la sociedad. Soy de la generación que bebió de las reivindicaciones
de los 60s y los 70s, empero recuerdo que de niña todavía escuchaba cosas como:
“La fulanita de la familia aún no se ha casado, será que
piensa hacerse monja??” Parece entonces
que hasta hace relativamente poco, en el
imaginario social subsistían el matrimonio y la vida religiosa como los únicos
escenarios posibles para las mujeres. Como ya mencioné, hoy las cosas sugieren
estar cambiando, pero aún queda un largo camino por recorrer. Las mujeres estamos siendo conscientes cada
vez más de nuestro lugar en el mundo y del rol que necesitamos ejercer en él
con decisión y autonomía. Y cuál sería
ese rol o roles que necesitamos develar quienes somos llamadas mujeres de fe? Es más, cuál es ese rol o
roles para quienes, y según la tradición Anabautista, nos identificamos como Hacedoras de Paz con Justicia? Son los
roles que han sido definidos tradicional y privilegiadamente por el estereotipo
socio-cultural-religioso los únicos posibles? O son también posibles aquellos
otros que se precisan para romper con las lógicas de exclusión, muerte,
desigualdad, opresión, injustica, pobreza y marginación, lógicas de las cuales somos víctimas y muchas
veces cómplices victimarias?
“Ya
te ha declarado el Señor lo que es bueno, ya te
ha dicho lo que de ti espera: practicar
la Justicia, romper
las cadenas de la injusticia y amar la Misericordia.” (Miqueas 6,8)
“…Que
desates los nudos que aprietan el yugo; que dejes libres a los oprimidos y
acabes al fin con toda tiranía; que
compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin
techo; que vistas al que no tiene ropa y
no dejes de socorrer a tus semejantes." (Isaías 58:6-7)
Quiero traer el ejemplo de una mujer
cuya acción quedó registrada en los relatos Bíblicos: Abigail (1° Samuel 25, 1
y ss.). Según el texto, Abigail era sabia
y hermosa; por lo mismo podríamos sin duda afirmar que el relato igualmente
la está ubicando en el grupo de mujeres virtuosas.
Pero resulta interesante ver que los actos de Abigail subvierten
los códigos culturales que definían lo “virtuoso” en una mujer de aquel tiempo
puesto que ella sale de su
casa sin informar a Nabal, su marido
(vs.19), acción ésta que la sociedad y la religión
condenaban. El
texto, sin embargo, insiste intencionalmente en llamarla sabia, hermosa y además bien
aventurada, como queriendo indicar que la cultura, la sociedad y la
religión no siempre coinciden con la Paz y la Justicia cuando se refieren a lo
que es sabio, virtuoso y bendito. Así, este relato llama virtuosamente sabia a una mujer que es capaz de desatender los mandatos
socio-culto-religiosos para ir en pos de
la Paz en medio de un conflicto que había provocado absurdamente la
intransigencia y mezquindad del marido. Si Abigail hubiese asistido primero a
las demandas de lo que se esperaba social y culturalmente de ella como mujer-esposa,
seguramente no hubiese salido sin autorización de la casa, lugar en donde “debían” permanecer en sujeción y obediencia
las mujeres, sometidas a la voluntad de
los varones. Ellas debían ver solamente por las cuestiones domésticas
sin inmiscuirse más allá de las cuatro paredes en cuestiones de política,
negocios y demás decisiones que estaban conferidas al varón, aunque estas también tuviesen que ver con el
bienestar de la familia. Ese tipo de asuntos simplemente eran prohibitivos para ellas. Pero Abigail salió de la casa, se levantó
y fue, e hizo la diferencia en un
conflicto económico, político y social cuya resolución hubiese sido devastadora
si ella no actúa. Esta devastación no solamente habría afectado a su familia
sino a toda su comunidad.
Si Abigail no subvierte aquello que
social, cultural y religiosamente se
esperaba de ella y no acciona con autonomía frente a esta situación de
conflicto, independiente de lo que le señalaba el “deber ser”, seguramente la historia de aquel pueblo
hubiese tomado un rumbo trágico. La
acción de Abigail no cambió los códigos culturales de su tiempo de la noche a
la mañana; si seguimos el relato podremos ver que la subordinación de ella como
mujer continuó en la casa de David. Pero
esta acción fue tan significativa y ejemplar para quien redactó el texto que
mereció ser registrada. Abigail, una
mujer que actuó con autonomía y
valentía, como tantas en nuestros
contextos, fue capaz de ir por encima de mandatos culturales, sociales y
religiosos para buscar la Paz con Justicia. Abigail, con la decisión política suficiente
como para ser “políticamente incorrecta” con respecto a decisiones injustas
y necias que se suponía debía
acatar, fue la protagonista.
Mujeres, es entonces necesario
desentrañar y cuestionar el complejo sistema de mandatos que moldea nuestra
subjetividad cautiva de estereotipos, para poder actuar individual y
colectivamente en pos de construir autonomía.
Aquella que nos otorgue el poder de decidir libremente lo que queremos
ser y hacer. Aquella que nos permita descubrir cuál es el rol que necesitamos
desempeñar en los diferentes ámbitos que nos comprometen, siempre de cara al propio proyecto de vida y
mirando hacia un horizonte en donde la Justicia y la Paz se besen y en donde la
tierra sea disfrutada por todos y todas.
(Salmo 85,10-13).
Patricia González.( Miembro de la Iglesia Anabautista Menonita de Buenos Aires)
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