El propósito del
Señor es la Paz. La Paz es un don de Dios.
Prédica
realizada por Silvia Flores, el día 18 de mayo en la iglesia Casa Horeb,
de la ciudad de
Guatemala
Después de escuchar estos testimonios, y los motivos de
oración para cada uno de los tres países, pensemos ¿Qué es lo que estamos
pidiendo para estos 3 países y para Guatemala? ¿Qué resultados esperamos? ¿Cómo
es la Paz que le pedimos al Señor? Si el propósito del Señor es la Paz ¿Cómo
sería idealmente un mundo de Paz o en Paz? ¿Cómo sería el mundo si el propósito
del Señor se cumpliera? Y al mismo tiempo, pensemos ¿A qué nos llama el Señor
con estos acontecimientos?
En los textos de base para esta reflexión, descubrimos
que la Paz no se alcanza por la fuerza, ni por el poder de este mundo, la Paz
viene de Dios, y el PUEBLO que busca a Dios la encuentra.
Decimos que la Paz es un don de Dios, que viene de Dios y
si Él no nos la envía, inútiles son nuestros esfuerzos. Sabemos también que la
Paz es una tarea nuestra, Jesús constantemente dijo a sus discípul@s “La Paz sea con ustedes” o “a donde quiera que vayan saluden llevando
la Paz” esto quiere decir que ese don ya se nos ha dado. En Juan 14,27 Jesús
vuelve a decir "Les dejo la paz. Les
doy mi paz, pero no se las doy como la dan los que son del mundo. No se
angustien ni tengan miedo”.
Y en esta frase hay cosas importantes, Dios, a través de Jesús
ya nos dio el don de SU PAZ, no cualquier paz, Jesús especifica que no es como
la que dan los que son del mundo. La Paz que nos da el Señor no es posible
conquistarla con guerras, con violencia o por la fuerza, no se puede imponer,
no se negocia, no consiste en el equilibrio de fuerzas, no produce temor ni
terror. La Paz de Dios, nos dice Isaías 32:17, es fruto de la justicia. “La justicia producirá paz, tranquilidad y
confianza para siempre”. Esto significa que donde hay injusticia, donde hay
estructuras injustas, no cabe la Paz de Dios.
Como Anabautistas hemos recibido la tarea de ser
pacificadores, o sea, la tarea de facilitar la Paz al mundo, pero no como la
entiende el mundo, sino como nos la da Dios. Esta es una tarea asignada por
Dios, es una tarea divina y por lo tanto es necesario convencernos de que es
una tarea posible. Porque Dios está con nosotros, Jesús dijo “No teman, yo estaré con ustedes siempre”
Nosotr@s hemos asumido esta tarea, somos gente buena,
somos compasivos y misericordiosos, somos solidarios, nos amamos, tenemos fe,
creemos en Jesús y tratamos de ser sus discípul@s, confesamos que Él es nuestro
Señor y Salvador Entonces ¿por qué no logramos instaurar la Paz en el mundo? ni
siquiera en nuestros lugares.
Cristianas y cristianos confiamos en el poder de la oración, confiamos en que el único que
puede arreglar la situación es Dios, creemos que la oración todo lo soluciona y
nos reunimos a orar, aunque muchas veces esperamos que Dios realice toda la
tarea. Y no digo que la oración no sea necesaria, creo que es indispensable,
pues es la forma de comunicarnos con el Señor; de escucharle, sobre todo si
oramos en dos vías. Y nuestra oración no ha sido suficiente para instaurar la
Paz.
También asumimos la tarea de invitar a más gente a las
iglesias, creemos que si somos muchos agradamos a Dios, queremos lograr que se
“conviertan a Cristo”, nos reunimos para adorarle en todo momento y lugar, estudiamos
la Biblia, la escudriñamos, la aprendemos de memoria, ofrendamos el diezmo, sentimos
que estamos cumpliendo nuestra tarea de discípulos y discípulas… Y esto no ha
sido suficiente para instaurar la Paz.
Mucha gente buena, movida por su fe, dedica su tiempo y
hasta su vida entera al servicio o en beneficio de otras personas necesitadas o
menos afortunadas, hay pastores, sacerdotes, religiosos, maestros, comadronas,
enfermeras, médicos, jóvenes comprometidos con la construcción de vivienda
digna, en alfabetización, en programas de salud, etc. gente con mucha vocación,
sin embargo, aunque su espíritu vive en el amor y en el servicio a los demás, aunque
su trabajo produce frutos del Reino, “probaditas del Reino”, tampoco ha sido
suficiente para alcanzar la Paz.
Hemos respondido al llamado de ir a donde está la gente
más necesitada, como cuando el terremoto en San Marcos, o en apoyo a la
resistencia de la gente en Barillas o La Puya; hemos ido a visitar a la gente
que está en los hospitales, en la cárcel o a la que está en situación de calle,
sentimos el llamado de Dios en cada una de esas personas o situaciones, nos movemos
a llevarle víveres, ropa, compañía, consuelo, a llevarle la Palabra de Dios… Pero
no ha sido suficiente. No hemos instaurado la Paz en estos lugares. Y no quiero
decir que no sigamos haciéndolo, al contrario, es una exigencia en las
bienaventuranzas. Pero vemos con tristeza que no hemos cambiado su situación,
no solucionamos sus problemas.
En nuestra Visión y Misión como Casa Horeb está el
compromiso de acercar el Reino de Dios. Los objetivos de las pastorales tienen
como finalidad acercar el Reino de Dios. Y todo eso es bueno ¿Qué nos falta
entonces?
¿Qué es lo que no hemos entendido del Proyecto de Dios?
Cristianas y cristianos llevamos 2000 años y no hemos
logrado cambiar el mundo, es más, a veces da la impresión de que estamos peor
que en el tiempo de Jesús, otras veces vemos con tristeza que quienes se dicen
discípulos de Jesús son quienes obstaculizan el Propósito de Dios, son ellos quienes
la obstruyen, la desvían y no permiten que haya Paz. Eso nos diría que
transformar el mundo, que instaurar la justicia y la Paz en esta tierra no es
posible y tal vez, humanamente no lo sea. Pensemos profunda, realista y
sinceramente ¿Creemos que es posible que nosotr@s cristianos y cristianas de
hoy logremos un mundo de Paz?...
Entonces ¿qué es lo que sucede? ¿Por qué no logramos
avanzar? ¿Qué es lo que nos impide cumplir con esta tarea?
Jesús habló “del que manda en este mundo” es a él quien a
quien responde el sistema en el que vivimos, que nos ha metido muy hondo sus
principios, sus anti-valores que no nos permiten ver con los ojos de Jesús. Nos
ha enceguecido, no nos permite cuestionarlo y consigue que lo aceptemos y lo
justifiquemos. Hace que veamos con naturalidad el individualismo, él que haya
ricos y pobres, más aún, que algunos se enriquezcan de manera obscena a costa
del empobrecimiento, la marginación y la muerte de grandes mayorías. Nos decía
Willy Hugo que las 3 personas más ricas del mundo posen la riqueza equivalente
a 42 países. Una caricatura que publicó Casa Horeb muestra a 1% de la población
mundial poseyendo la mitad del planeta ¿Para qué les sirve acumular tanto?
¿Para sentirse como dioses?
Esos principios y antivalores del sistema justifican que
nos separarnos en categorías, tanto de personas, naciones, culturas como de
oficios, unos que valen más y otros que no cuentan y son desechables;
justifican el individualismo, el consumismo, la competencia; justifican la
apropiación de los dones que hemos recibido para usarlos en nuestro propio
beneficio; nos hacen cómplices o indiferentes frente a hechos de negligencia,
corrupción o malversaciones por parte de las autoridades, justifican el
silencio ante la promulgación de Leyes que favorecen a los capitales, por
encima de las personas...
Todo esto que provoca miedo, indiferencia o conformismo
ante tanta muerte, injusticia, sufrimiento, violencia, despojo, etc., nos convierte
también víctimas del sistema.
Sabemos que Dios nos habla en la realidad, en los
acontecimientos, en la historia… Escuchemos ¿Qué es lo que nos dice, que nos
grita, qué nos exige a través de los signos de los tiempos? ¿Dónde nos está
hablando Dios hoy? ¿Qué es lo que le pide a Casa Horeb? ¿A qué nos envía?
Jesús fue enviado por el Padre para señalarnos el camino.
¿Será que nos hemos quedado viendo a Jesús, mirando su dedo y no vemos hacia
dónde señala? ¿Será que nos quedamos adorándole, alabándole, “escuchando” y
aprendiendo sus palabras sin oír lo que nos dice y sin ponernos en el camino
que nos indica?
Jesús nos mostró el camino, nos enseñó los valores que
necesitamos para vivir el Reino, especialmente, nos enseñó a valorar a las
personas por encima de todo lo demás, puso en el centro a las personas que el
sistema había marginado, las tomó en cuenta les devolvió su dignidad, les dio
de comer. las sanó… adoptó un estilo de vida diferente, sencillo, en una
comunidad que velaba por el bienestar de todas y todos, valoró. Jesús practicó
y enseñó una forma de vida que trastocó las estructuras del imperio.
Jesús vino a señalarnos un camino. ¿Será que no hemos
entendido que Jesús vino a proponer y a inaugurar un sistema
económico-político-social alternativo y, por no entenderlo, no lo asumimos? Y a
veces no solo no lo asumimos, sino que nos adaptamos o nos acomodamos, nos
instalamos en el sistema imperante y no cuestionamos que es un sistema basado
en la injusticia, que privilegia el poder y el dinero por encima de la vida de
las personas, y del planeta mismo.
El sistema que nos trajo Jesús se llama EL REINO DE DIOS. Y su única Ley es la Ley
del amor. Amor que confronta el egoísmo del sistema en el que vivimos. Amor que
es la única fuerza capaz de transformarlo.
Cerremos los ojos, soñemos un mundo diferente Tratemos de
ver el Proyecto de Dios, imaginemos un mundo en Paz ¿Cómo pensamos que sería? ¿Qué
cosas necesitamos cambiar? ¿qué buscaríamos?
En principio, es necesario que asumamos que Dios nos
habla, como pueblo, no como personas individuales, Somos el Pueblo de Dios.
Willy Hugo nos decía que a la salida de Egipto los israelitas habían tardado 40
años para llegar a la Tierra prometida. Pasaron 40 años en el desierto, hasta conformarse
como nación, como un solo pueblo, pues al salir de Egipto eran tribus,
Eso mismo nos hace
falta tomar conciencia de que somos el Pueblo de Dios, hacernos pueblo de Dios
para asumir el proyecto de Jesús, como un proyecto político-económico-social,
no solamente como un proyecto religioso inserto en el sistema imperante, o
dependiente de él.
Porque sólo como pueblo con un proyecto claro que tiene
como principal valor la vida, un proyecto que impulsa la justicia, el bienestar
de todas las personas, un proyecto que incluye a todas y todos podremos dar una
respuesta efectiva a la realidad en la que vivimos y transformarla; sólo así
podremos impulsar la justicia, acercar el Reino de Dios y construir la Paz.
Decimos que en este año se ha sentido como el Espíritu
Santo ha soplado fuertemente en la comunidad, cómo nos ha movido a buscar
caminos y acciones que realmente nos acerquen al Reino de Dios. Pidamos que
siga soplando, que podamos descubrir cómo podemos hacernos pueblo de Dios; para
que podamos empezar a pensar, sentir y vivir de una manera diferente, donde el
amor sea lo que nos mueva, donde el egoísmo no tenga cabida; donde nada sea mío
o tuyo, donde en vez de un yo sea un nosotros, donde en vez de tu problema o el
mío sea el nuestro, donde nadie valga más o valga menos, donde ninguna persona
se sienta sola, desamparada, o ignorada, donde todas y todos nos hagamos personas,
nos hagamos protagonistas de nuestra historia de salvación y dejemos de ser
víctimas de este sistema.
Después de la resurrección de Jesús, la respuesta al
anuncio de los apóstoles era integrarse a la comunidad, organizarse en
comunidades y el resultado de sus acciones se notó, cuestionó y provocó cambios
estructurales. ¿Cuál es la respuesta que requiere nuestra realidad hoy? ¿Qué es
lo tenemos que hacer para transformar nuestra realidad? ¿qué es necesario hacer
para ser Sal y Luz para el mundo e instaurar la Paz?
El Reino de Dios es una propuesta alternativa a este
sistema egoísta, individualista, injusto, excluyente, discriminante, de muerte…
El Reino de Dios, Reino de Paz y de justicia es un proyecto estructural, para
el aquí y el ahora. Es un proyecto que no se puede construir con o encima de
las estructuras del sistema actual. Y la tarea no puede ser individual ni
desvinculada de las demás personas de buena voluntad que buscan un mundo más
justo. Es necesario desacomodarnos, convertirnos, es decir, migrar de las
estructuras individualistas y egoístas, de este sistema de muerte, hacia un
sistema de amor, de justicia, de solidaridad y de vida plena para todas y
todos.
Los retos que se nos presentan son: hacernos Pueblo de
Dios y, como tal, asumir ese gran proyecto del Reino de Dios, descubrir cómo lograr
que todas las cosas buenas que ya hacemos produzcan cambios estructurales en la
sociedad, de manera que sí podamos acercar la paz verdadera, la Paz que nos
vino a traer Jesús, el Hijo de Dios, basada en la justicia, la solidaridad, el
respeto y el amor.